Papel y mente en blanco, dejando el tiempo pasar y todo se produzca por obra del azar.
Lo mismo que decir, vivir por vivir, sin propósito alguno, sin obligaciones y mucho menos aspiraciones; llena de vacíos donde siquiera la esperanza exista. Me parece, que de esa manera ha vivido y vive el pueblo dominicano, no precisamente creyendo que todo vendrá como el cuento aquel del pan y los pescados caídos del cielo, sino, de la buena voluntad de los que ejercen el negocio de la política, sin percatarse que ningún comerciante regala nada a menos que vaya a sacar ganancias y, no me refiero necesariamente a los “Solidarios”, sino, a todo el pueblo.
Vivimos quejándonos del desempeño de las Fuerzas de Seguridad, principalmente de la Policía Nacional, de su pobre desempeño y falta de profesionalidad; donde todo contacto con la población que protesta por cual que sea la causa, lo ven y toman como algo personal, sin profesionalismo alguno. Eso, obligatoriamente, nos pone a pensar en las posibles causas de este comportamiento divorciado de los objetivos que deben de perseguir y de inmediato aparecen indicadores que, aparte de la corrupción, quizás como producto primario de la inexistencia del sentido de pertenencia a la institución, nos conducen a la sociedad misma, aquella de donde proceden y de donde son reclutados.
Dicen, que es imposible pedirle peras al olmo, a menos que, con la tecnología, se haga un implante que permita hacer realidad este decir. Estos reclutados provienen, en un porcentaje increíble, de aquella parte de la sociedad marginada de todo; provienen de allí, donde los valores son pocos conocidos y menos aplicados; del tigueraje barrial, que ha logrado en base a ese comportamiento de “sabiduría barrial”, hasta penetrar donde solo los “honorables” llegaban, y que hoy, en vez de un palacio solemne, más bien se asemeja al Mercado Nuevo de la Duarte.
La hipócrita alarma de los políticos, cada vez que la inseguridad, criminalidad e indelicadeza se desbocan y magnifican su presencia, es cuando se dan cuenta de la fragilidad o carencia de profesionalidad de los llamados a mantener el orden y hacer cumplir las leyes. Y es que, los políticos, tanto civiles como policiales, han llegado a creer que con teorías y fabricadas estadísticas engañosas, pueden resolver este grave problema.
Pretenden que encerrando durante unos seis meses a esta masa que viene contaminada, para enseñarles a marchar y saludar –principalmente-, para luego lanzarlos a las calles a realizar labores policiales, esperando resultados positivos, me parece quizás, que no llega siquiera a una ilusión honrada y profesional. Sin entrar al problema de los Oficiales, para los cuales, ser abogado, al parecer, es su mejor argumento para ejercer la labor de oficial policial.
Y es, que una mentalidad de “búsqueda”, de “pobre padre de familia”, no puede cambiar a menos que cambien las condiciones de su medio ambiente y se les haga conocer que existen otras maneras de ejercer una profesión dignamente y que no sea a base del tigueraje aprendido en las lides de las calles y los callejones, ya que el resultado será el mismo “tiguere”, pero ahora con licencia para ejercerlo.
Pero, hasta ahora, pretenden que esa situación cambie, utilizando los mismos métodos de entrenamiento y adoctrinamiento que otrora dieron resultados favorables, tratando de encubrir el fallo con falsas argumentaciones y peores estadísticas.
Porque desde que un Policía sale del área de entrenamiento, es como una vaca suelta en un pastizal que solo vuelve al potrero para ser estampado u ordeñada. Creen que con cursitos impartidos por los mismos que están contaminados, se obtendrán resultados diferentes. Qué pena. ¡Sí señor!