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Gentilicios y topónimos

Gentilicios  y topónimos

RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.com
El gentilicio sale del topónimo como el retoño de los troncos. O como el calor del fuego, conforme ha dicho Gustave Flauber para describir la correspondencia entre la forma y el fondo de un texto. La relación entre el nombre del lugar y la palabra designada para llamar a sus naturales es indisoluble.
En algunos casos –muy pocos- la dependencia se da a lo inverso: el gentilicio ha generado el topónimo, es decir un pueblo o una nación da origen a una entidad organizada políticamente (república, imperio, municipio, ciudad…) la cual asume el nombre por el cual se conocía a ese grupo humano. En esta circunstancia el gentilicio no es derivado, sino absoluto.
Los investigadores Dolores García Padrón y Marcial Morera Pérez afirman, en este sentido, que los topónimos España, Italia, Berbería, Rusia, Francia y Maquetía derivan de los gentilicios ab-solutos hispano, ítalo, bereber, ruso, franco y maqueto, respectivamente. “No es el gentilicio, pues, el que deriva del topónimo, sino el topónimo el que deriva del gentilicio: Berbería, por ejemplo, no es denominación absoluta, sino denominación relativa o derivada. Una denominación que lo que viene a significar es algo así como ‘lo que emana activamente del concepto bereber’, especializado en función locativa, como fontanería, por ejemplo, que no significa otra cosa que ‘lo que emana activamente del concepto fontane-ro’, también especializado en función locativa3. (ONOMÁZEIN, revista de la Pontificia Universidad Católica de Chile, 31 junio de 2015: 81 – 98).
El gentilicio es tan inseparable del topónimo que perdura aunque el lugar cambie de nombre: damero (de Duvergé), juananuñense (de Salcedo), jobero (de Gaspar Hernández), tubanero (de Padre las Casas). Son algunos casos de nuestro pequeño país, donde los nombres de lugares se han originado por circunstancias, hechos o expresiones de la naturaleza. Tenemos pueblos llamados por nombres de árboles, accidentes geográficos (valle, sabana, loma), ríos, hato, puerto, mar. Topónimos taínos han prevalecido para nombrar nuestros ríos: Ozama, Quisibaní, Boyá, Duey, Maguá; ocurre por igual con algunas localidades: Higüey, Bonao, Baoruco, Mao.
Consecuencia de la colonización europea en nuestra isla, una fuente apreciable de topónimos ha sido el santoral católico. Los lingüistas denominan hagiotopónimos a los topónimos originados en nombres de santos: Santiago, Santo Domingo, San Juan. En nuestro país tenemos combinaciones de nombres indígenas con los traídos por los colonizadores: San Juan de la Maguana, San Pedro de Macorís, San Francisco de Macorís, Santa Cruz de Mao, San Rafael del Yuma.
Otros hagiotopónimos han sido unidos con otras palabras vinculantes con expresiones históricas o geográficas: Santa Cruz de El Seibo, Santa Cruz de Barahona, San Fernando de Montecristi, San Felipe de Puerto Plata, San José de Los Llanos, San José de las Matas, San Antonio de Guerra.
En Europa prevalecen gentilicios procedentes del latín originados en los tiempos de dominación del Imperio romano (antes de Cristo). Países y ciudades guardan la huella histórica mediante gentilicios que alternan con los proporcionados por el nuevo nombre del lugar. Son los casos de lusitano (de Portugal), helvecio (de Suiza), gaditano (de Cádiz), complutense (de Alcalá de Henares).
La cultura anglosajona no escapa a la influencia latina en materia de gentilicios. Comencemos por esa misma palabra que procede del latín “anglosaxo”. Se dice de la persona de procedencia y lengua inglesas. Veamos estos tres casos de ciudades del Reino Unido: cantabrigiense (Cambridge), oxoniense (Oxford), plimutense (Plymouth).
En nuestra América tenemos gentilicios derivados del latín. Por ejemplo: fluminense (de Río de Janeiro, Brasil).
¿Y qué decir del gentilicio dominicano? ¿Qué existió primero, la República Dominicana o su gentilicio? Les cuento el próximo domingo.

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