Opinión

Golpe en Grecia

Golpe  en Grecia

Decir que Grecia logró un acuerdo con sus acreedores no es más que un puro eufemismo. Lo que ocurrió en la nación helena, la cuna de la civilización antigua, fue, como lo describió el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, un golpe de Estado. Las autoridades griegas, con su primer ministro Alexis Tsipras a la cabeza, fueron compelidos a aceptar sin ninguna condición el programa de ajuste para poder facilitarles un salvavidas o simplemente eran dejados como barco a la deriva, con todas las consecuencias para el país. Las obligaron a capitular, sin importar el masivo y reiterado respaldo de la población, para enviar un mensaje contra los movimientos como Syriza que cobran fuerza en otros escenarios europeos. El papel del Gobierno alemán, se entiende, pero el de Francia es vergonzoso.

Hasta el último momento el pueblo griego se oponía al narigón para salir de una crisis fraudulenta, algunos de cuyos responsables, en lugar de estar en la cárcel, no solo están en el Parlamento, sino que cerraron filas con Tsipras para evitar la caída del Gobierno. No todos los dirigentes de Syriza compartían el programa de más austeridad, por lo que muchos decidieron votar en contra cuando se sometió para su aprobación. A la dignidad y el decoro con que los griegos pulsearon contra las naciones europeas que propiciaron el derroche de los recursos facilitados a una claque política corrompida, se le ha llamado inexperiencia. Porque lo que tenían Tsipras y su equipo era que aceptar sin abrir la boca el rescate que se les ofrecía.

Tanto como rescatar había también la intención de humillar a unos gobernantes que se atrevieron a revelar contubernios, y, para colmo, reclamar una vieja deuda a la poderosa Alemania. Si Syriza no hubiera denunciado las prácticas que llevaron a Grecia a la crisis que hoy ocupa la atención mundial, ni planteado con firmeza la revisión de la deuda, tal vez la receta de las potencias habría sido menos drástica. En el cuestionado acuerdo no ha podido faltar la ironía, como la intervención del Fondo Monetario Internacional (FMI) para supervisar que los recursos, como ocurrió en el pasado, no terminen en Suiza o en cuentas particulares, ni que se amañen las estadísticas.

Con ese cuadro puede anticiparse que los días por lo menos de Tsipras están contados, al margen de que haya cedido a las exigencias de sus acreedores. Entre las muchas lecturas se nota que el peso de la deuda hizo a un lado la soberanía y la autodeterminación y que el Gobierno fue maniatado y la nación intervenida hasta que los prestamistas recuperen sus capitales. Con el propósito, al mismo tiempo, de generar frustración y alertar a los países sobre el destino, cuando alcanzan el poder, de movimientos políticos como el capitaneado por Tsipras.

El Nacional

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