El periodismo es mucho más que la difusión de acontecimientos. Si bien se trata de una verdad de Perogrullo, es todavía el modelo que, sea por ausencia de imaginación o de independencia, caracteriza en gran medida el oficio. Puede afirmarse que la mayor amenaza contra la industria no la representan las redes sociales que propagan acontecimientos, hasta con lujos de detalles, a la velocidad de un rayo, ni el periodismo ciudadano, sino la superficialidad y la rutina.
Pero el buen periodismo, que exhibió sus primeras credenciales con la investigación sobre el escándalo Watergate, que provocó la renuncia del entonces presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, ha vuelto a levantar el ánimo de los profesionales a través de Spotlight, la película que narra la historia de cómo un equipo de periodistas del Boston Globe destapó los casos de pederestia cometidos por curas de Massachusetts, que la Arquidiócesis había tratado de ocultar.
Por la investigación ya el periódico había ganado un premio Putitzer al servicio público en 2003. Pero la cinta dirigida por Thomas McCarthy y escrita por este y Josh Singer invita a reflexionar sobre el papel del periodismo y la relación del oficio con el poder. De no ser por la independencia del periódico y la profesionalidad del equipo de trabajo, el escándalo, que estremeció tanto a la Iglesia católica como a la propia sociedad norteamericana, no se hubiera conocido. Por ser el protagonista de la filmación, el hoy director del Washington Post, Martin Baron, ha vuelto a convertirse en figura del momento por ser quien impulsó el trabajo de la unidad del Globe que desveló los abusos sexuales a niños que la arquidiócesis de Boston trató de silenciar.
“El periodismo es pedir cuentas al poder”. A esa frase resume Baron el oficio. Es obvio que se refiere a Estados Unidos y a otros países donde no existen la censura y los riesgos de toda índole que terminan banalizando la profesión, como dice el Premio Nobel, Mario Vargas Llosa. Por estos predios hay muchos obstáculos que todavía se tienen que superar, con el ético tal vez en primer lugar, para disfrutar de ese buen periodismo que tanto estimula a quienes tienen esta profesión como un sacerdocio. Costará mucho sacrificio y es posible que hasta vidas, pero esas condiciones para que un día se pueda pedir cuentas sin ningún temor hay que crearlas sin importar el precio.
No puede ser que para el común de la gente por aquí sea más lo que se calle que lo que digan los medios. O que en amplios sectores predomine el criterio de que los periodistas están al servicio del mejor postor, porque la corrupción lo ha arropado todo. Ni tampoco que para encontrarse con una dosis de buen periodismo, que levante el ánimo profesional, haya que encontrarse con una cinta tan aleccionadora y bien realizada como la protagonizada por los actores Mark Ruffalo, Michael Keaton, Rachel McAdams y otros cotizados actores.