Un amigo residente en Nueva York, vía telefónica, me dijo que ahora soy más izquierdista que antes. Tal vez lo dice porque en aquella época era más distraído; al margen de mí ideología, estuve involucrado en música y otras actividades recreativas.
Quien tiende a ser de izquierda, es el que combate en todo momento a los derechistas y, en consecuencia, a la clase dominante. No necesariamente tiene que estar organizado en movimientos o agrupación política alguna. Más que afiliarse a un partido, el izquierdismo es una conducta.
Este tema debe ser tratado con llaneza. No quiero caer en puras teorías marxistas-leninistas que confunden. Entiendo que todavía existe la ley de los contrarios. Es decir, si no creo en la partidocracia tradicional ni en el sistema, aunque me desenvuelva en el capitalismo, entonces estoy a la izquierda.
Pero, al margen de todo esto, hay un estilo de vida y comportamiento que nos dice quién no lo es. Si vivo bien; soluciono mis carencias elementales pero me ufano de mis bonanzas, mi afán de aparentar me delata como un consumista aferrado al modelo capitalista. Resulta que, en décadas pasadas, ser de izquierda era ser vertical y consecuente con lo que se predicaba, pero ahora observamos de qué forma, solo se obtienen beneficios de las “nostalgias” y pasadas epopeyas revolucionarias.
Sin que trate de tributar a la cultura de la miseria, creo que no se puede confiar en un izquierdista que raye en lo ambicioso. Si no atravieso por graves precariedades; tengo un vehículo todo terreno de alta gama, y sin necesidad lo cambio todos los años; entonces no aparento lo que digo ser.