Nació en una familia especial. Eso, de una u otra forma, marcó su destino para siempre. Con sus padres vivía su abuela materna. Una excéntrica mujer que, desde pequeñito, lo tomó como una especie de rehén que le impedía desarrollarse como un niño común y corriente.
La neurosis de la señora la utilizaba para manipularlo, al punto de hacerlo sentir terriblemente mal si se desprendía un segundo de sus labores como asistente especial de tan estrambótico personaje.
No podía esperarse que esa situación anómala se mantuviese por mucho tiempo.
En la medida que fue llegando su adolescencia, se evidenciaron las rebeldías propias de la etapa y nuestro chico se fue despojando de las garras que lo mantenían en un estado de opresión.
De esa forma se fue vinculando con una red de amigos que no necesariamente representaban para él la mejor alternativa. Los estudios nunca fueron su predilección y, al poco tiempo de salir del cascarón donde estaba encerrado, descubrió la fascinación que le provocaba el consumo de alcohol.
Marcado por el nacimiento
Toda su cofradía se asombraba de la capacidad que tenía para ingerir enormes cantidades de diversas bebidas y solo después de muchas horas empezaban a manifestarse los síntomas de una evidente pérdida de conciencia que lo exponían a enormes peligros en su retorno nocturno a la prisión donde vivía.
Cada vez más se ponía de manifiesto que se hundía en ese nuevo mundo que había descubierto como forma de escaparse de la perniciosa compañía de aquel déspota que lo hacía sentir como un esclavo. Estaba llamado a amarla por los vínculos sanguíneos que los unían, sin embargo, iba creciendo en su interior una repulsa que lo llevaba a desear que le ocurriera lo peor.
Lo que le hizo aquel día desbordó la alforja de su resentimiento. Llegó intoxicado de alcohol cerca de las cuatro de la madrugada. Cuando fue a abrir la puerta, resultó imposible porque la vieja había puesto un cerrojo por dentro. Como pudo, se echó sobre la grama del jardín y ahí lo encontró el servicio sobre un charco de vómitos.
En la noche, como si nada hubiese sucedido, lo mandó a la farmacia a comprar el somnífero sin el cual no dormía ni cinco minutos. Al llegar, le entregó la pastilla y el jugo donde había disuelto 24 más. Inexplicable la sensación que iba sintiendo cuando la veía ingerir el líquido que le hizo no despertar jamás.