Desde que inició su adolescencia, era evidente la hermosa mujer en la que se convertiría. Esa era la preocupación de su mamá soltera.
Anhelaba conseguir compañero con el cual, superar el terrible drama de su primera experiencia. Después de haber tenido a su hija, consecuencia de exceso de juventud, su religiosa madre la indujo a casarse con un viejo y eminente ingeniero por quien apenas sentía sincero sentimiento de conmiseración. Eso, como era previsible, no funcionó. El desenlace le resultó menos difícil por la prematura viudez que le sobrevino.
Los enamorados no faltaban, pero todos le generaban sensación de que posaban con lascivia sus ojos sobre el torneado cuerpo de la jovencita. Solo el brillante abogado, a quien conoció como paciente en su consultorio médico, le producía confianza para intuir que, en su cercanía, su preciosa descendiente no correría peligro.
El amor surgió fácil. La relación experimentó un maravilloso progreso. El progenitor de la niña, político de alta connotación y ostentador de bienestar incompatible con su salario, aparecía de forma esporádica, pero poca falta hacía. Su padrastro suplía todas sus necesidades filiales. Forjaron un hermoso hogar, completado por un sabio gatico que, con su proceder, hablaba con mayor elocuencia que muchísimos humanos.
Aquella dicha parecía un milagro de la vida. Hasta que, procurando embarazarse de nuevo, le sorprendió la noticia que echó un balde de hielo derretido sobre su corazón ilusionado: Tenía un cáncer con metástasis que se traducía en pronóstico de vida que no superaba seis meses. Antes del séptimo murió.
El papá de la niña sorprendió a todos con su estrenada responsabilidad paterna. Asumió, en representación de la huerfanita, la administración del patrimonio de la difunta, incluyendo finas joyas, y mudó su hija con él y esposa.
El desolado padrastro le daba seguimiento constante y la confianza entre ellos se incrementaba con el tiempo. Por eso, fue a él a quien se atrevió a llamar para confesarle su tragedia.
Una sensación de rabia, perturbación y temor lo abrumaron. Sabía lo peligroso que podía resultar actuar de forma precipitada. Intentó serenarse y contactó a la persona que, por oficio y carácter, tenía el perfil para manejar una situación de semejante envergadura.
El caballero, tomadas las precauciones, fue citado y, en el acto, sometido a prisión y procesado por abuso infantil. En pocas horas, su hija fue sacada del país a vivir con parientes y ser sometida a tratamiento sicológico.