Editorial

La guarida

La guarida

Por la gran cantidad de extranjeros apresados y repatriados a solicitud de gobiernos y de la Policía Internacional (Interpol), República Dominicana parece convertida en refugio de delincuentes perseguidos a nivel internacional por  la comisión de la más variada gama de crímenes y delitos.

No canta el gallo tres veces sin que las autoridades  dispongan la deportación de uno o varios forasteros prófugos por la comisión de  asesinatos, narcotráfico, lavado de dinero, estafa,  violación  sexual, sicariato, tráfico humano, secuestro o terrorismo.

Ayer mismo, el jefe de la Policía, José Armando Polanco Gómez, informó la captura y repatriación de ocho extranjeros  de nacionalidad checa, quienes fueron  apresados en Punta Cana, Santo Domingo y Sosúa, en cumplimiento de  órdenes de arresto por estafa agravada, fraude bancario  e impago de pensión alimenticia.

 La semana anterior, agentes policiales ultimaron durante un intercambio de disparos a un ciudadano  alemán sindicado como jefe de una secta satánica que operaba en el apartamento de un complejo residencial de Sosúa, Puerto Plata, en cuyo interior  las autoridades decomisaron un arsenal que incluía fusiles automáticos, pistolas y miles de municiones.

La mayoría de los prófugos y fugitivos que se refugian en suelo dominicano provienen de Alemania, Italia, Bélgica, Holanda, España, Suiza, Europa del Este y Sudamérica, quienes ingresan al país con la simple compra de una tarjeta de turista y asientan residencia sin  ningún control migratorio.

Es mucho lo que se habla  sobre el intenso flujo de indocumentados haitianos, pero poco se dice ante la avalancha de  inmigrantes ilegales de otras naciones, incluidos de Asia y Cuba  a los que  grupos de traficantes de humanos introducen al territorio nacional para  ser reembarcado hacia Estados Unidos.

Otros miles de extranjeros ingresan amparados en falsos contratos laborales que  obviamente no son asentados en el Departamento de Extranjerías del Ministerio de Trabajo que regula este tipo de convenciones, lo que convierte centros turísticos y áreas industriales en paraíso de  foráneos con documentación falsa.

Lo peor de todo este desorden migratorio, lo constituye el peligroso rol que parece asignado a República Dominicana, la de convertirse en la guarida o madriguera de delincuentes de todo tipo que ingresan disfrazados de turistas o ejecutivos, la mayoría de los cuales reeditan aquí sus fechorías.

El Nacional

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