Opinión

La rabia de Pooh

La rabia de Pooh

Mientras millones protestan en Hong Kong, cientos de miles son encerrados en campos de reeducación en Sinkiang y los derechos religiosos de los tibetanos siguen bajo mayor asalto en China, la última semana ha estado demostrando que la capacidad de censura y los ataques a la libertad de expresión por parte del gobierno chino ya no se limitan a las más de mil trescientas millones de personas en su territorio sino que también se ha convertido en objeto de exportación.

Desde Disney, la NBA y Blizzard, las empresas que apuestan a un futuro donde las ventas o su producción en territorio chino tendrán un rol importante en sus números, no solo están acomodando sus políticas internas para evitar molestar al gobierno chino encabezado por Xi Jinping, sino que están extendiendo esa autocensura a las personas que trabajan directamente o interactúan indirectamente con sus plataformas.

Los últimos meses no han sido idóneos para las relaciones públicas del gobierno chino. Las constantes protestas en Hong Kong están llamando cada vez más la atención a su asalto sobre su cuestionable propuesta de “un país, dos sistemas”, Su tratamiento de la población uigur, que recuerda a los peores episodios humanitarios de la primera mitad del Siglo XX, está resultando cada vez más difícil de encubrir. Y el suplicio de la población del Tíbet está recibiendo mayor cobertura.

Ante esta avalancha de malas noticias, el gobierno chino ha respondido de la mejor forma que siempre ha podido, como un adolescente acomplejado. No debería sorprender que un gobierno que le prohíbe a su población el acceso a la mayoría de las redes sociales, que prohibió la letra N para evitar comentarios sobre el nombramiento por términos indefinidos de su líder Xi Jinping, o que prohibió la caricatura de Winnie the Pooh para que no se compare el parecido del personaje con el líder, de repente decida repartir prohibiciones a compañías y medios donde alguien tangencialmente asociado a estos sea crítico del gobierno chino.

Esta rabieta de Winnie the Pooh naturalmente ha provocado que empresas con interés en el mercado chino sean más cuidadosas con herir su frágil ego, y en efecto se ha empezado a exportar la cultura de censura impuesta por el gobierno chino al resto del mundo.

El modelo de desarrollo chino no es sostenible bajo su actual esquema de gobernanza, lo que es bastante evidente para el Partido Comunista Chino, es por eso que en la medida que su población alcanza mayores niveles de bienestar a través de la aplicación de políticas pro-capitalistas, este se ve obligado a implementar niveles cada vez más ridículos de control de la información a la que accede su población.

Pero es inaceptable que sociedades como la nuestra, donde derechos y libertades como la libre expresión y la prensa independiente se ganaron a base de mucha sangre, tengamos que acomodarnos a los caprichos inmaduros de un gobernante con un ego frágil de un país a medio mundo de distancia a cambio de dinero. Simplemente China, y su mercado, no lo valen, y si ellos quieren nuestro dinero, que sean ellos los que se adapten a un mundo que quiere ser cada vez más libre, y no nosotros ajustarnos a las rabietas de un Winnie the Pooh.

El Nacional

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