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La tumba de Cleopatra

La tumba de Cleopatra

Elvis Valoy

Dónde yacen impasibles los restos del eximio profesor Narciso González? ¿En qué lugar estará el cuerpo del luchador revolucionario Guido Gil Díaz, desaparecido en 1967? ¿Se han confirmado si, como cuestionó Hamlet Herman, son esos los restos del coronel Francisco Alberto Caamaño? ¿Es imposible saber el paradero de mi gran amigo, el profesor de Ciencias Políticas de la UASD,

Diómedes, ausente de la vida sin dejar rastros? Como estos ejemplos, existen muchos de personas desaparecidas en nuestro país que no encuentran autoridad alguna que se interese, o quién se digne a ubicar su paradero. Es penoso decir que aquí no ha aparecido alma noble interesada en esas desapariciones; a nadie le ha importado, ni nadie se ha sentido aludido ni motivado.

En medio de este conmovedor panorama de gente que no aparece, la diplomacia dominicana, dentro de su eterna crisis, su falta de originalidad y la carencia de prudencia, atributo que debe poseer una institución, se da el “lujo” de tener a Kathleen Martínez “buscando” la tumba de la faraona Cleopatra en Egipto. Martínez cuenta que se “obsesionó” con la vida de la beldad egipcia, y en el año 2005 dirigió la proa hacia esa nación áfrico-asiática a su “hallazgo”.

En ese contexto de la “búsqueda” de la tumba de la última reina egipcia antes de que ese país pasara a ser provincia del imperio romano, la antropóloga Martínez arriba a una sociedad milenaria, en donde sus tesoros históricos vienen siendo estudiados científicamente desde el siglo XV.

Igualmente, la arqueología como todas sus ramas, tienen un desarrollo descomunal en ese país, bañado por el rio Nilo, y secado por el desierto del Sahara, al extremo de que existe en ese renglón del saber una especialidad, que es llamada Egiptología en honor a esos insoslayables avances.