Opinión

Los debates

Los debates

Debo reconocer que desde hace un buen tiempo he desistido de solicitar de nuestros políticos la realización de debates en el contexto de cada campaña por puro agotamiento. En su momento Peña Gómez se rehusó a debatir con Leonel, luego Leonel rechazó debatir con Miguel Vargas, por su lado Hipólito rechazó debatir con Danilo en dos ocasiones, y ahora tampoco parece que vayamos a llegar a algún acuerdo.

Este temor persistente al debate surge de la idea errada de que los debates son para los candidatos cuando en realidad estos son para los ciudadanos, y en un contexto político donde las diferencias programáticas e ideológicas entre el oficialismo y la oposición son apenas cosméticas, el debate entre los candidatos se hace una necesidad.

Es llamativo que la negativa al debate de ideas siga siendo una estrategia política que trate de proteger posiciones en encuestas. La resistencia de debatir o de realizar propuestas con sustancia por parte de todos los candidatos los reduce a ellos y sus mensajes a discursos de encuestas que no aportan absolutamente nada de valor para el electorado que busca información para tomar la decisión de su voto.

Más aún, la historia electoral reciente de nuestro país arroja resultados mixtos en esta estrategia, no funcionándole a José Francisco Peña Gómez en las elecciones de 1996 ni a Hipólito Mejía en el 2012, que luego de haberse confiado de sus posiciones en las encuestas como causa fundamental de su negativa a debatir, vieron como al final las tendencias se revirtieron hasta llevarles a la derrota electoral.

En los casos recientes en Estados Unidos, Donald Trump se rehusó a asistir al último debate que se celebró en Iowa y se mantuvo confiado en las últimas encuestas que lo daban como ganador y perdió, similar a Hillary Clinton que estuvo haciendo de todo para limitar la cantidad de debates que iban a organizar los demócratas para tratar de no exponerse demasiado ante Bernie Sanders para preservar sus números en las encuestas, y no solamente parece haber perdido en Iowa sino que va a una derrota segura en New Hampshire. La vieja creencia de que el que está arriba tiene todas las de perder y el que estaba abajo todas las de ganar en un debate político carece de cualquier fundamento, y no debiera ser una excusa para nuestros políticos rehuir de una práctica que es fundamental a la democracia.

Adicionalmente, si vamos a los huesos del discurso actual de los partidos políticos dominicanos, la realidad es que no existen diferencias programáticas ni propositivas entre los partidos. Tanto los partidos mayoritarios como los emergentes prometen hacer exactamente las mismas cosas, con desviaciones poco significativas entre uno y otro, lo que significa para el votante promedio que este debe elegir entre colores y rostros, y no planes o convicciones.

No conviene a los mismos partidos tradicionales continuar este camino que les podría sacar del poder a largo plazo de surgir una alternativa populista con un mensaje coherente. Nuestros partidos, sus candidatos y nuestra propia democracia solo pueden ser beneficiados si empiezan a diferenciarse en aquellas cosas que importan y no solo en los logos y las caras, de ahí la importancia del debate.

El Nacional

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