Siempre se ha creído que los presidentes deben exhibir una actitud vigorosa y estar en capacidad de enfrentar valientemente, cualquier crisis que afecte a sus gobernados. La verdad monda y lironda, es que los presidentes también lloran, y reaccionan emocionalmente, ante hechos conmovedores.
El presidente Charles De Gaulle, símbolo de la resistencia francesa ante los alemanes, hombre de un carácter severo y expresivo, poco antes de enterrar a hija, Anne De Gaulle, quien había nacido con la condición de Síndrome de Down, murmuró desconsoladamente y con lágrimas abundantes ‘a su esposa, Yvonne Vendroux: ‘“Ahora ella es como los demás’’.
Nuestro Máximo Gómez, de adusto carácter, acostumbrado al hecho de nunca haber perdido, ni siquiera una escaramuza en el arte de la guerra, expresó con rispidez al apóstol José Martí, su creencia de cómo debía hacerse la revolución en Cuba. Nadie lo creía capaz de llorar. Sin embargo, cuando recibió la infausta noticia de que su adorado hijo, Panchito Gómez Toro, había caído en combate, junto a Antonio Maceo, con sólo 20 años, sólo atinó a decir: ‘’ Descansa en paz, héroe feliz, flor de un día que esparció sus perfumes entre los suyos.’’ y tuvo que cubrirse con su sombrero, las lágrimas que caían a borbotones.
Margaret Thatcher, la llamada ‘’ Dama de hierro’’, a quien le tocó gobernar en plena Guerra Fría, también le tocó llorar, aquel 20 de noviembre de 1990 en su discurso de despedida.
Luego de la matanza de Newtown, donde 20 niños y algunos de sus profesores perdieron la vida, víctima de un tiroteo en el colegio Sandy Hook, el joven mandatario, Barack Obama, rompió en llanto en la misma Casa Blanca.
Hoy le ha tocado al presidente dominicano, Luis Abinader Corona, quien, junto a su esposa, Raquel Arbaje, ha tenido que llorar la muerte de más de 200 compatriotas, en una tragedia que ha conmovido a muchas naciones hermanas.
La tragedia del Jet Set rompió los corazones de la familia dominicana, y percibimos a un presidente: humano, enteramente humano.
Por: Ramón Rodríguez
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