A raíz de su visita a New York mi padre dijo algo que se me grabaría: “Ya conocí Nueva York, ya no moriré ciego”. El no era un hombre de mucho sorprenderse o a los aspavientos, dado; creo que más bien dijo lo anterior fruto de la observación a aquellas situaciones paradójicas de las que se había percatado o de la gran mole de hierro y cemento que se erigía por todos lados.
He pensado en esta “anécdota de Luciano Tejera” al leer el libro “Memorias de New York”, del escritor, y también pintor, Segundo Reynoso. Lo publicó en 2019 Editora Búho, en la contratapa, como de costumbre, un comentario, en esta ocasión del novelista José Enrique García, quien señala con tino que esos relatos llamarán la atención.
Muchos escritores, seres pensantes, han pasado por New York. Unos han hecho lo que Segundo Reynoso: hablar de la realidad, internarse en los episodios y situaciones que ya parecen comunes. Producir unos tipos de viñetas, que quien las vio y vivió las disfruta, y el que no, la sonrisa les saca.
Yo que prefiero en vez del cultor del New York de la asepsia (Woody Allen), el cineasta cultor de los guetos (Spike Lee, Quentin Tarantino), estas viñetas las he disfrutado. Y este último carril es el que toma Reynoso para hablar del Nueva York que conoció, del New York que le suministró raras experiencias. Por eso el libro me gustó, porque además de estar contando sin ínfulas, el autor cuando es protagonista de algún acontecimiento, en la amargura de sus peripecias nos saca cierta risa.
Reynoso no calumnia la realidad de New York, hace algo peor: la describe. En torno a situaciones verdaderas teje sus historias. Aparece el tren, aparece el personaje que vive en la calle, un restaurador en casa de un mafioso, la vida en los apartamentos que se hacen tan tenebrosas, el tipo mafioso que guarda dinero debajo de la cama con doble fondo.
Pero lo más importante es que aparece Segundo, y sobre todo, que cuando él hace acto de presencia no se da mucha importancia a sí mismo.
“Memorias de New York” representa un periplo fundamental del recorrido que hace el autor por lo que considera más importante que ocurrió en la ciudad durante su estancia allí, y agregar un humor. Bienvenido ese escaso condimento en la literatura nuestra.
En esta lectura no detectamos ningún atisbo de frustración del autor, pero sí fascinación sana por esa polis que a muchos lleva a jamás abandonarla, pues quedan narcotizados por algo llamado dólar, o por algo peor que algo a quien se denomina “prisa”.
Quien lee estas “Memorias de New York” sin conocer esta ciudad, quizás le parecerán viñetas, anécdotas para leer con un café sin mucha azúcar. Pero para quienes hemos vivido allí, Segundo macabramente nos invita a dar un paseo para volver a enfrentarnos a la pesadilla o al sueño que nunca se lo deseamos a nadie.
Segundo es como, un sobreviviente. Las cicatrices que le dejó la ciudad y su paso por allí no sé si las oculta o si despierta de madrugada recordándolas, pero lo más importante: nos dejó estas líneas, estas memorias para adentrarnos a sus peripecias.
A fin de cuentas, mi padre no murió ciego (esa fue su victoria), y yo no moriré en esa terrible urbe, por lo que con tal escapatoria ni al mismo Houdini yo envidio.
Por: Eloy Alberto Tejera
Eloyalbert28@hotmail.com
El autor es periodista y escritor.