Trump y su triunfo
Al siglo V, antes de Cristo, se remonta la primera acepción de democracia que conoce la humanidad. Se basa en la vieja lengua griega. La unión de los términos “demos y kratós”, (pueblo y gobierno). Es decir, el gobierno del pueblo.
Sin embargo, paradoja del tiempo; inescrutable, sobre todo cuando se asocia con lo incierto. Es Abraham Lincoln el más grande defensor del hombre, luego de que en Francia se proclamaran sus derechos, seis semanas después de la Toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. Él le da sentido al concepto democracia.
En el discurso que pronunciara el 19 de noviembre de 1863 en Gettysburg, donde se enfrentaron los Estados del Sur con los del Norte en la guerra civil estadounidense, Lincoln se catapulta, y trilla el camino hacia su inmortalidad.
“La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” dice, a sabiendas de que contrariaba lo ya establecido, pues desde el año 1787 el sistema del voto electoral es norma en el proceso de elección presidencial en los Estados Unidos de América.
De modo que el apólogo con que se ha engañado a la gente pintándole la forma de gobierno del Imperio del norte como la democracia por excelencia, lo máximo sobre la tierra en los órdenes político, económico y social a que debe aspirar el hombre en sociedad tocó fondo. No hay manera de que las cosas continúen igual.
Si algo positivo tiene el triunfo de Trump es que ha quedado en evidencia el fraude que en esencia es el representativo voto de los colegios electorales. No es casual que esa forma de elegir sea exclusiva de los cuasi hegemónicos amos del mundo. ¡Lincoln, tú vives aún!