En los últimos años, el famoso mito griego de Narciso, ha pasado de ser el simple calificativo que se da a las personas engreídas que se gustan a sí mismas. Ahora es un término que se adapta a la política y profesionales de la conducta afirman que este es su nicho perfecto.
Según la mitología griega, Narciso era un joven de apariencia bella, hermosa y llamativa, de quien se enamoraban todos los hombres y mujeres, pero era tan engreído, que los rechazaba. Para castigarlo, Némesis (diosa de la justicia retributiva) hizo que se enamorara e su propia imagen reflejada en un estanque.
A partir del mito griego de Narciso, surge el término narcisista, como un individuo que precisa una necesidad de atención y admiración excesivas. Tiene ideas irracionales y desproporcionadas conectadas con su importancia personal e impacto en la sociedad que conllevan a sentimientos de ser merecedor de reconocimientos en todos los contextos, definen las psicólogas clínicas Carlina De los Santos y Lorena María Alvarez Valera, quienes agregan que por esta razón, este individuo se comporta generalmente de manera grandiosa.
“Este individuo encuentra entonces un perfecto nicho en la política, profesión que no solo les permite satisfacer esas necesidades si no que, por sus condiciones, propicia creencias de grandeza. De ahí a que la política haya sido y continúe siendo un concepto tan atractivo para los narcisistas”, explican las terapeutas del Grupo Profesional Psicológicamente. Alvarez Valera y De los Santos analizan que el perjuicio principal causado por los políticos narcisistas es que a estos no les interesa defender intereses generales o colectivos de la población. Desafortunadamente, este daño no puede ser identificado con facilidad ya que se expresa en un estado que incumple con su rol, lo que aumenta el sentido de indefensión del pueblo.
“Este tipo de político invisibiliza a la población que lo eligió y desconsidera cualquier propuesta y acción que se desvíe de sus propios intereses”, agregaron. En un sistema de organización del estado democrático, el poder reside en el pueblo y es ejercido por los representantes que éste elige. ¿Qué ocurre cuando el representante seleccionado por la colectividad ejerce de manera egocéntrica en detrimento de los intereses y necesidades de dicha colectividad ? “El problema nace cuando los representantes del pueblo, pierden la noción de la dirección que se oriente a la distribución equitativa del poder.
En vez de ser partícipes en su aplicación para la acción colectiva, se vuelven entes que redirigen el poder hacia ellos mismos como individuos, de manera que se apropian de él y personalizan la cosa pública”, concluyen las profesionales de la conducta.