Cada día se hacía más intensa aquella relación mutuamente adúltera. Los dos estaban conscientes de que debía ser de esa manera, o tendrían que poner punto final a una realidad sin posibilidad de ser diferente. Ambos, estaban dispuestos a continuar pese a las adversas circunstancias. Su himno era la canción de Milanés que diariamente les recordaba que tendrían que aceptarse compartidos, porque negarse a eso, era tan simple como vaciar sus vidas.
Pierden su tiempo quienes pretenden entender el amor a partir del rigor de la razón.
Ella estaba segura de que tenía control del universo de su intimidad ante la certeza de la solidez de sus respectivos sentimientos. Por eso, se sintió estremecida cuando empezó a percibir que algo no estaba resultando igual en sus furtivas y apasionadas escapadas.
Al principio, quizás como reacción natural de negación, se resistía a entender lo que parecía insinuarle el caballero por el cual, corría todos los riesgos.
Hasta que no quedaron resquicios de dudas. Le proponía algo que, para ella, nunca había pasado por su mente. Quedó tan atónita, que se vio precisada a finalizar el encuentro de ese día, porque ninguna de sus fibras femeninas era capaz de responder a estímulos sensoriales.
De ahí en adelante la insistencia era permanente. Se lo planteaba de forma tan vehemente que alcanzaba categoría de obsesión.
A todo esto, se sumaba que ponía en las manos de ella la responsabilidad de procurar la vía para materializar semejante propuesta, tan inverosímil para alguien que se sentía a plenitud con la vinculación con el hombre de su vida.
Vivió días terribles, con su sistema nervioso descompensado. En su entorno notaron que algo ocurría y eso era lo que menos deseaba. Siempre se sentía bajo sospecha. Intentó calmarse, se revistió de valor y llamó por teléfono a la única mujer que consideraba podía ayudarle en tan difícil disyuntiva.
No concebía la naturalidad con que su solicitud fue acogida.
Para su interlocutora, aquello no solo era una simpleza, sino que se sentía dichosa de poder ser el canal para materializar algo que le generaba profundo placer. Todo quedó acordado.
Con una vergüenza que no podía manejar, lo comunicó al proponente.
A la cita pactada, el hombre jamás llegó. La prestadora del servicio se encargó de todo. Puso en movimiento su acumulada experiencia.
Aquello fue de tal intensidad, que la primeriza agradeció que el asunto se quedara entre ellas dos.