El béisbol Pasión dominicana
En mis días de infancia en el barrio capitaleño de San Miguel los muchachos jugábamos beisbol de manera rústica en la calle, usando limones como pelotas y las manos como bates.
La circunstancia de que esta versión beisbolera se realizara casi diariamente fue el inicio de habilidades que con el tiempo nos llevó a practicar este deporte con los útiles necesarios.
Pero lo hacíamos con guantes de lona rellenos de guata, que adquiríamos en la tienda de Luis de Peña, especializada en cortinas, y los bates los comprábamos mediante colectas entre los jugadores.
El ocupar determinadas posiciones en el cuadro o en los files determinaba que algunos se destacaran luego en ligas de aficionados.
El sueño de todo joven que practicara el béisbol en esos años de la década del cincuenta era llegar a la pelota profesional, lo que pocos lograron.
Pero lo que adquirió caracteres de pasión fue el hacerse fanático de alguno de los equipos que competían en la pelota rentada de entonces, que eran Tigres del Licey, Leones del Escogido, Águilas Cibaeñas, y Estrellas Orientales.
Los dos primeros representaban a la capital, y los nombres de los restantes proclamaban las regiones de donde procedían.
Desde que se reiniciaron los campeonatos de béisbol profesional en el país en el año 1952 asumí simpatía con el Escogido, de lo que no me he apartado un segundo.
Y pese a que el Licey ganó la mayoría de los torneos de esa época, los cronistas deportivos denominaron a este y al Escogido los eternos rivales.
Recuerdo los duelos de los pitchers, el criollo Guayubín Olivo por los tigres, y el puertorriqueño Tite Arroyo por los leones.
Era de tal magnitud el fanatismo de los simpatizantes de ambas novenas, que cuando un pelotero importado no rendía lo que se esperaba de él, decían que se había vendido al equipo contrario.
Eso pasó con el norteamericano Willard Brown, quien vino precedido de justa fama de jonronero, aunque ya retirado, para formar fila con el Escogido.
Su desempeño en el bateo fue tan pobre, que los liceístas decían en son de burla, que cada vez que enfrentaba a un lanzador lo hacía con un bate cuya estructura tenía un hoyo en la parte superior.
Debido a que mi amado Escogido perdía los juegos, y a veces los campeonatos, con ventaja mínima, la gente consideró que estaba afectado del maleficio que se conoce popularmente con la palabra fucú.
En uno de los campeonatos más reñidos, disputados en el play off final por los eternos rivales, los leones conformaron apresuradamente un fuerte trabuco que sin embargo fue abatido fácilmente por el Licey.
Las ilusiones que albergué sobre un posible triunfo de mi equipo, y el inesperado resultado descrito, me sumieron en una pena honda, y durante varios días no salí de casa para evitar las bromas de mis amigos liceístas del barrio.
Cuando los campeonatos pasaron del modesto estadio de la escuela normal de varones al moderno y confortable Quisqueya, el Escogido inició una racha de victorias que resarció a sus fanáticos de las derrotas de otros años.
En la década del cincuenta y hasta mediados de la del sesenta, el pueblo dominicano disfrutaba de escasas diversiones colectivas, y los campeonatos del beisbol profesional provocaban inusitado y febril entusiasmo.
Pero cuando la abundancia de las salas de cine, y el auge de otros deportes, como fue el caso del basquetbol, conquistaron gran parte de la población, la afición por el béisbol comenzó a decrecer.
En los días que corren la competencia del béisbol es el futbol, al que se han incorporado fundamentalmente alumnos de colegios bilingües, así como de otros centros educativos privados que disponen de terrenos adecuados para su práctica.
En la disminución actual de la asistencia a los estadizos beisboleros ha influido, sobre todo a los juegos nocturnos, entre otros factores, el incremento incontenible de la delincuencia, el alto costo de las entradas, y la incomodidad en la escogencia de parqueos en los estadios.
Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos de mi generación, medianamente preservados de la influencia del fanatismo actual por el futbol y el basket de nuestros nietos, continuamos con nuestra incurable pasión por el deporte del bate y la pelota.