El capitalismo neoliberal acentuó la tendencia a considerar a los seres humanos como clientes, a comercializar lo humano, a convertir la salud, la educación y hasta la muerte en mercancías; a mutar la política en negocio lucrativo, a transformar grotescamente el voto en valor de cambio, y los cargos públicos en fuentes de privilegios y fortunas mal habidas en favor de seres súper egoístas.
Al comercializarse la política, una gran parte de sus protagonistas pasaron a ser mercancías brutalmente personalistas y sus partidos compañías por acciones nutridas por el patrimonio estatal y natural de la nación e inversionistas privados que meten la mano para sacar más.
Así se han formado corporaciones políticas integradas por compañías por acciones de diferentes dimensiones, que a lo interno someten a los/as carentes de capital y los/as manipulan a su antojo.
Traducido el afán incontenible de lucro y principalías a la competencia política dirimida por organizaciones no estructuradas empresarialmente, se ha producido una intensa e incontenible degradación de gran parte de su membrecía cuyos integrantes operan individual y grupalmente como mercancías en oferta y protagonistas de un “emprendedurismo” sin fronteras y sin escrúpulos.
Las bolsas de acciones y sus accionistas, las compañías dentro y fuera de las corporaciones, no están sujetas a límites: fluyen al mercado con cualquier pinta y pasan de un lado a otro sin reparos ni pudores.
La competitividad sin límites -siempre alimentada por alcancías espurias- ha potenciado el transfuguismo tradicional hasta metamorfosearlo en pandillas de asaltantes a cargos y prebendas por cualquier vía.
Eso y no otra cosa es la que estamos presenciando en el prólogo del gran negocio electoral del 2016.
Compañías manipuladas por los accionistas más fuertes. Diputados que en horas cambian de chaquetas. Mercancías políticas saltarinas: balagueristas que se convierten en PRD y al ratito en PRM.
Pele- leonelistas que brincan al PRM (a veces con escala en APD o Frente Amplio), PRM que se cruzan al PLD, partiditos sanguijuelas que saltan del Bloque Progresista a la Convergencia o viceversa…
Opción al cargo o deserción descarada. Siempre en venta al mejor postor, sin el menor rubor. Algunos esgrimiendo el derecho a ser elegido, pero olvidando sus largos y recientes contubernios con empresarios políticos que ahora condenan.
Cada negocio político con su sumidero de escoria. Nadie depura al que salta. Y no es que desaparecieron las ideologías, sino que esa cáfila tienen la misma: mezcla pestilente de neoliberalismo, corrupción y patrimonialismo estatal.