Delincuencia implacable
Ante una ciudadanía, agobiada por la presión de la violencia, cuya raíz explica un comportamiento que ha impregnado gran parte de la población por demasiados años, la delincuencia constituye el contra modelo de lo que debe hacerse para fomentar la resistencia cívica y política frente a esa desgracia, que ha desbordado los incontables sacrificios de un sector serio de la Policía Nacional. Y, aún así, para la mayoría de la gente este esfuerzo, es un ejemplo desalentador y paralizante por una red social impregnada de noticias cada vez mas asombrosas de un desafreno salvaje delincuencial que conmociona.
¿A quién se le puede reclamar valor cívico de lo que sucede?.
Sin duda que el mensaje que transmite la sociedad atemorizada de una impotencia que desgarra, cuestiona a las autoridades que se consideran asimismos gentes de bien y amantes del orden.
Se ha intentado ejercer una labor de liderazgo ético, político y social con »magnificas estrategias de seguridad», desde instituciones más cercanas al ciudadano, incluso la iglesia, juntas de vecinos y se logra que durante un tiempo, por esto, el miedo haya acampado. Sin embargo, la forma de afrontar el mal no resulta satisfactorio.
La misma sociedad mantiene una actitud de inhibición y cobardía colectiva.
Las victimas no solo pierden la vida, sino que sus asesinos se protegen, tras mecanismos técnicos jurídicos de algunas leyes. De esta forma, así recae sobre ellas y su familia un manto de oprobio. ¿Habrá que acostumbrarnos a convivir con la falsedad de la impunidad, sucesos duros e incompresibles?, ¿Incorporar protección individual para sobrevivir, que a veces, pudiera resultar letal?, ¿Esperar que se siga el análisis, de la óptica que se quiera, sociológica, política, psicológica? o ¿A quién se le puede reclamar valor cívico de lo que sucede?.
En vez de aplicar el ojo por ojo, la pregunta es, ¿hace falta un líder?