Déficit más deuda
La búsqueda estratégica del equilibrio presupuestal (que los gastos y los ingresos del Gobierno estén armonizados) siempre ha sido una aspiración de gobernantes y asesores económicos con miras a erradicar el déficit (que sobreviene cuanto se gasta más dinero del que ingresa) el cual tiende a incrementar el endeudamiento público y la fijación de nuevos impuestos.
Pero ya sabemos que eso de la búsqueda del equilibrio ha sido una quimera en la agenda presupuestal de la inmensa mayoría de los 194 estados reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Lo que históricamente ha ocurrido es que la inmensa mayoría de los estados operan con déficits presupuestales, siendo un selecto grupo de países los que acumulan superávit, el cual aflora cuando los ingresos son superiores a los gastos.
Claro, lo ideal sería que una economía en su ejecución presupuestal acumule superávit, es decir, que los ingresos del gobierno se encuentren por encima de los gastos lo que le facilitaría acumular ahorro interno para ser destinado a las inversiones públicas y a los gastos sociales (salud, educación, transporte, vivienda y seguridad social, entre otros reglones). Tanto el déficit como el superávit son polos que podrían conspirar contra la estabilidad de la economía, por eso se habla de aproximarse a un equilibrio presupuestal.
Una parte significativa de la deuda pública suele ser contratada para cubrir el hoyo financiero expresado en el déficit. Eso significa que en la medida que aumenta el déficit también suele producirse un incremento en los niveles de la deuda pública. Es decir, déficit y deuda son dos caras de una misma moneda: la ejecución presupuestal anual.
La deuda engorda con el déficit anual del Estado. Al no poder hacer frente a todas las facturas pendientes de pago para el mantenimiento de las estructuras gubernamentales y administrativas, las inversiones públicas y los impostergables gastos sociales el Estado se ve forzado a salir a los mercados financieros internacionales en busca de préstamos y suele hacerlo mediante la emisión de bonos soberanos.
Japón, tercera potencia económica mundial, es el país más endeudado del mundo en proporción a su Producto Interno Bruto (PIB) con un 245 por ciento; en tanto que Estados Unidos, que ocupa el lugar 20 en el rating mundial de la relación Deuda/PIB con el 103 por ciento, pero es el más endeudado del mundo en términos absolutos al acumular una deuda pública que supera ya los 18 billones de dólares.
La República Dominicana registra un endeudamiento público que se acerca al 48 por ciento del PIB, lo que significa que la situación crediticia es sostenible y manejable en función de los niveles de crecimiento de la economía nacional y manejo racional en la calidad del gasto público.
Y es que existe una relación entre el déficit y la deuda: mientras se incremente la primera, se registrará un aumento de la segunda. Porque la deuda pública expresa la cantidad de dinero que el Estado ha pedido prestado a los acreedores para poder financiar su déficit presupuestal. Entonces debería de primar la prudencia y la racionalidad tanto en el gasto como en el endeudamiento público. ¿Es mucho pedir?