Poderoso cargo público
Después de la presidencia de la República, en país presidencialista con inmensas atribuciones para el jefe de Estado y gobierno según consigna el artículo más extenso de la Constitución, el 128, el cargo público más importante es presidente de la Cámara de Diputados.
Al margen del ocupante y partido que represente, este funcionario tiene múltiples competencias y discrecionalidades derivadas del cargo en que debe manejar 189 egos de sus pares de distintos partidos con particulares apetencias personales y políticas a costa del erario.
La llamada cámara baja del sistema bicameral disfruta de extraordinario e incontrolable presupuesto anual (alrededor de 4 mil millones de pesos) que se auto asignan los legisladores gracias a su facultad exclusiva de sancionar la ley, es decir, son jueces y parte.
Ni hablar del denominado “barrilito” o fondo de “ayuda social” para cada “representante” de la población donde es elegido, en contradicción con su verdadera función de representar, legislar y fiscalizar, distantes del populismo tradicional a favor de clientela política.
El presidente de los diputados se constituye, gracias a ese enorme poder económico, en especie de rey Midas, “construye” sorprendente “popularidad¨ en base a uso de recursos públicos y compite ventajosamente con el primer mandatario de la nación en aplausos en actividades masivas.
Ejemplos saltan a la vista y no es cuestión personal, más notoria en el actual excepcional sexenio en que desde agosto de 2010 y durante cinco períodos, es la misma cabeza, lo que reporta promoción excesiva de imagen más que labor legislativa. Lo mismo pasó a su antecesor, en menor medida.
Hay que entrecomillar la “popularidad” del presidente de los diputados, entenderla como endoso del poder económico del cargo, ejemplo extremo del populismo y clara expresión de distorsión con uso de recursos públicos en promoción personal para fabricar liderazgos y “percepciones”, no realidades.