Derecho y probidad
La idea del Derecho como fuente de justicia es sana y provechosa, pero también puede generar injusticias y graves frustraciones. Siempre habrá razonamientos respetables que pueden confundir y hasta convencer a muchas personas. Recordemos que el Derecho es dúctil, como afirmó Gustavo Zagrebelsky. En efecto, el Derecho se puede manipular. Alguien que sea diestro en esta ciencia le da la forma, como masilla, que más le conviene a lo que persigue
Más aún, el Derecho puede compararse con el agua, en el sentido de que es fresco, necesario, terrible y toma la forma de la estructura lingüística que lo contiene. También es una de las ramas de las ciencias sociales, y como tal es permeado por las ideologías, la lucha de intereses y los fines políticos. Por eso un juez que sea un intelectual del Derecho es capaz de redactar una sentencia en la que le da ganancia de causa a una parte, con argumentos jurídicos sustentables, y sin mucho esfuerzo se atreve a preparar otra sentencia sobre el mismo caso, totalmente contraria a la anterior y con motivos convincentes, en que la parte gananciosa de la primera decisión resulta perdidosa en la segunda. Y cada una de esas sentencias posee condiciones para ser confirmada por instancias superiores, si fuera impugnada. Increíble, pero cierto. El Libertador por antonomasia, Simón Bolívar, lo dijo: el talento sin probidad, es un azote.
Existe la anécdota, que abogados de largo ejercicio confirman como cierta, sobre un juez talentoso que tuvimos. Él jugaba con la maleabilidad del Derecho. Sabía obtener, con deshonestidad, beneficios personales. Solía reunirse en privado con uno de los abogados del caso que había seleccionado por los grandes valores envueltos. En la conversación, el magistrado le recordaba a ese abogado que la justicia es gratuita, y en seguida le daba a leer una copia de la sentencia que había preparado para solucionar el caso, en que el cliente de ese togado perdía el caso. Escuchaba pacientemente las quejas del abogado.
Luego, le pedía al abogado que se calmara. En seguida, le entregaba la otra versión de la sentencia, y disfrutaba viendo cómo el abogado cambiaba de semblante. Notaba que sus ojos se tornaban brillosos y exhibía una amplia sonrisa. “¿Esta sentencia te gusta, verdad?”. El abogado respondía, con alegría desbordada: “Claro, claro, honorable magistrado, esta es la sentencia adecuada.” “No, doctor, la sentencia adecuada es la primera que Ud. leyó, y esa es gratis. Si desea la sentencia en la que Ud. gana el caso, deberá pagar por ella.” El abogado, perturbado, preguntaba: “¿Y por qué, magistrado?” Esta interrogante recibía una respuesta pausada, como si se pesara cada palabra: “Oh, simple, doctor; porque la sentencia que le da ganancia de causa es el fruto de mi ingenio, de mi talento y de mi trabajo. Si la desea, tendrá que pagar por ella. Ud. decide cuál de las dos sentencias será despachada.”
Tremendo dilema para ese abogado.