Soberanía y representació –
Los elementos constitutivos clásicos de un Estado son tres: población, soberanía y territorio. Si falta una de esas condiciones, el aparato público no está verdaderamente completo. Podría funcionar sin territorio, pero se vería precisado a mantener una lucha sin cuartel para obtener el espacio físico en que ejercerá sus potestades y en que sus nacionales están llamados a nacer, desarrollarse y morir con sentimientos de pertenencia.
Esa soberanía es la que le otorga a los ciudadanos de ese Estado el derecho de constituir el tipo de gobierno que desean y que les conviene.
Lo que implica crear el conjunto de instituciones que va a regir sus vidas, sin que ningún otro poder, ni grande ni pequeño, pueda legítimamente imponerles su voluntad. Así lo establecen los principios de independencia y de auto determinación de los pueblos.
Aunque en este período de globalización, de liberalización de los mercados, de la sociedad del conocimiento, de la era de la información y del auge de la cibernética y la robotización se viene cuestionando seriamente el concepto de soberanía.
Sobre todo porque los Estados poderosos, con sus naciones súper desarrolladas, lo quieren todo. Son insaciables. Son los auténticos beneficiarios de la globalización, porque con ella concentran y aumentan sus riquezas, a costa de la profundización de las miserias de los países pobres y pequeños.
Y para afianzar ese inteligente despojo necesitan convenciones que disminuyan las soberanías de sus víctimas, para dominarlas políticamente. Así obtienen el control económico y social imprescindible para lograr sus propósitos.
Todos los diccionarios coinciden en que la soberanía, en esencia, es la autoridad, el poder y la facultad que tiene un Estado de hacer o dejar de hacer todo lo que considere útil y provechoso para sus intereses, con la única limitación de que respete y garantice los derechos humanos, estén o no constitucionalizados como derechos fundamentales. Por tanto, el que ejerce la soberanía es el soberano. Y el soberano es el que posee la autoridad suprema e independiente.
Nadie está por encima de él. No debe obediencia a ningún otro poder. Si existiera una fuerza que doblegara al soberano, entonces perdería esta calidad y se convertiría en otra cosa.
Nuestra Constitución es clara y precisa al establecer el concepto de soberanía. En su artículo 2, consagra: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, de quien emanan todos los poderes, los cuales ejerce por medio de sus representantes o en forma directa, en los términos que establecen esta Constitución y las leyes.”
El ejercicio de la soberanía por medio de la representación se impone hoy, debido a la explosión demográfica y a la complejidad del Estado.
El tipo de democracia clásica ateniente ya no es posible. Los representantes están limitados. Pero en la práctica, secuestran la soberanía. Subestiman y desprecian al pueblo, que es el único soberano.