Ante la delicada situación de crisis fiscal que padece la nación, agravada por un difícil entorno económico mundial, es menester que el Gobierno procure una urgente reingeniería en su discurso y acción hacia una sociedad que acumula preocupantes niveles de resabios generados por las tantas frustraciones derivadas de errores y fracasos de políticas públicas.
Las jornadas del fin de semana de protestas contra la Reforma Fiscal aprobada por el Congreso fueron ejemplos de cordura cívica, pues se desarrollaron en completo orden, señal de que el abanico social no desea encender pradera, sino colocar sus oídos sobre el corazón de la población.
Tan fatídico resulta que desde el litoral oficial se pretenda imponer un ramillete impositivo, como nefasto sería que sectores delirantes intenten sacar provecho político o corporativo de un tsunami no anunciado, porque en ambos escenarios sólo pierde la nación y, obviamente, el ciudadano ordinario.
El Gobierno está compelido a medir el impacto que esa tortuosa reforma fiscal tendrá sobre el índice general de precios y la diezmada capacidad de la clase media, no ya de consolidarse y expandirse, sino de poder sobrevivir.
Se requiere también que el presidente Danilo Medina envíe a la Nación una clara y contundente señal de que su Gobierno no ha extraviado el deseado ejercicio dialogante y de que el anhelado consenso social puede alcanzarse en cualquier tramo del tortuoso camino que debe conducir al escenario de justicia y equidad.
Intentar encender la pradera como método para obligar al Gobierno a entrar en razón, tendría consecuencias muchas veces más catastróficas que los efectos que se atribuyen a reforma fiscal, pues probado está que el caos y la anarquía generan más miseria y alejan aún más la vista del horizonte de la redención social.
Gobierno, clase política, empresariado y sociedad civil está compelidos a ejercer la madurez, a actuar con cabeza fría aunque ardan los corazones; a cultivar el diálogo en todo estado de causa, porque probado está que la confrontación de cualquier naturaleza acerca más al Infierno que al Edén.
Es en este momento, definido como aciago, que se requiere de un auténtico liderazgo a todos los niveles que tenga la entereza y humildad de halar la cuerda en la misma dirección, en el entendido de que la sanidad de la nación es meta superior a la que pretende atar la solución al interés particular.

