POR: Eduardo Álvarez
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Disciplina, gracia y genio sirven a las bellas artes. Y el teatro las reúne con todas sus posibilidades. La música, la pintura, la escultura, la literatura y la actuación tuvieron entre el siglo XV y XVI, en Londres, Madrid y Paris exponentes señeros. Shakespeare, Cervantes y Moliere, entre otros. El poeta ingles –el Cisne de Avon, como era ocasionalmente llamado-, interpretó cabalmente su época, rompiendo parámetros, a pesar de pronosticos que apostaban a la vigencia de un inmutable círculo de dramaturgos londinenses, apadrinados unos por Oxford y no pocos refugiados en una suerte d ghetto intelectual que lindaba con la mediocridad. La profecía de uno de sus grandes contemporáneos, Ben Jonson, se ha cumplido. «Shakespeare no pertenece a una sola época sino a la eternidad».
Peter Ackroyd, reputado biógrafo británico, nos presenta a Shakespeare como si estuviera entre nosotros. Discutiendo en bares y cafetines. El mismo que viste y calza tomando el teatro en sus manos como un cuerpo amplio al que nada humano le es ajeno. Lo mejor del amplio estudio de Ackroyd lo encontramos en que aporta elementos comparativos entre el artista de aquella época con el de estos tiempos, rompiendo distancia. El cine le ha dado continuidad, conservando al teatro como su principal fuente nutriente de argumentos y fragua de realizadores. La literatura ha servido con esmero a estas dos formas de expresión, contribuyendo a exaltarlas con pinceladas inteligentes. No hay asombro sin novedad.
El mismo bardo que encontró refugio en la corona de la reina Isabel es el que se hace invisible durante algún tiempo para negar sus favores. Poco tiempo después, como si nada hubiera pasado, encuentra amparo en Jacobo I, sucesor de Isabel. La inconstancia y el ingenio se dan la mano. El creador de Hamlet, Rosalinda y Sir John Falstaff apenas se compromete con el arte. Como los mejores actores y directores del cine actual, Shakespeare puso por delante los temas a desarrollar. Pudo conciliar las propuestas artísticas con las numéricas. De hecho, fue hombre de negocios my afortunado y exitoso.
Tomó en cuenta varios factores que parecen irreconciliables con el arte, como el poder, el comercio y las preferencias populares. Mezcló el leguaje populista, acaso vulgar, con el elitista. Reservar espacio para crear, como un ángel, los más hermosos poemas –Venus y Adonis, La violación de Lucrecia y El fénix, el tórtolo y no sigo-, no le impidió escribir por encargo. Como no apocó su espíritu ni redujo la calidad a su producción artística el hecho de haber concebido algunas de sus obras, atendiendo al llamado de fuerzas supremas.

