Diferentes hechos acontecidos en las últimas semanas vuelven a alertarnos sobre los efectos devastadores de la impunidad en nuestro país, evidenciando que cuando la justicia no se aplica o se aplica mal, favorece la reincidencia general de crímenes y también, deja una enseñanza distorsionada de dimensiones éticas y morales inmensas.
Quizás, el ejemplo mejor sea la caída accidental del helicóptero en el sector de Maquiteria y el acto de pillaje registrado por las grabaciones instantáneas desde los celulares. Ante el apresamiento y traducción a la justicia de los tunantes, las reacciones de justificación y disculpa, frente a la acción de ¨salvarle la vida¨ al piloto accidentado, dejaron gran sorpresa por la tergiversación de valores que creíamos, aún teníamos.
La sentencia que absolvió a un feminicida confeso de dos jóvenes mujeres en Santiago, alegando falta de pruebas, conmovió a esta ciudad que había visto en un programa televisivo la propia confesión del acusado en el momento de apresarlo, inculpándose. Sin embargo, la intervención de representantes y el presunto intercambio de altas sumas de dinero, variaron declaraciones, callaron testimonios y produjeron una audiencia irregular y llena de ausentes, que determinó la inocencia de un presunto criminal.
Como si poco fuera, y para adición del paquetón de impunidades asumidas por representantes del Estado y de su corrupción, una vez más la militancia política masculina se reitera con el poder de descalificar a servidores del orden y en el ninguneo, recordarles quien es que manda en este país. Como si no fuera suficiente, en el lugar del político y apoyándolo, se traslada la dotación maltratada y el propio militante y funcionario, sin límite para la necedad, decide explayarse por los medios explicando los motivos de defender a su ¨segunda base¨, motivo del atropello. Como consecuencia, la indignación pública de la esposa del político, y el desconcierto de quienes observamos estupefactos de que la política, dé para tanto.
Años de justicia mal aplicada nos dejan como consecuencia un incremento alarmante en el índice de criminalidad, discutido como percepción o realidad por quienes, en su imaginario de poder, sancionan solo a quien no lo tiene. Además, el resultado grave de una distorsión y pérdida de valores razonables en la población que se conforma a partir de sus paradigmas, una complicidad del Estado por no hacer justicia y por no evitar estos crímenes. Como decía Eduardo Galeano, ¨la impunidad premia el delito, induce a su repetición y le hace propaganda: estimula la delincuencia y contagia su ejemplo¨.