Los nueve muertos y seis heridos en Santiago, San Cristóbal y San Francisco de Macorís en enfrentamientos entre pandillas y en una aparente acción de sicariato son signos sombríos sobre la propagación del virus de la violencia callejera en el país.
Los sucesos, que tanto horror causan en la ciudadanía, no admiten otra lectura que no sea la de la realidad. De acuerdo con los informes de la Policía en un pleito entre pandillas murieron tres en Santiago y lo mismo ocurrió en San Cristóbal.
Los escenarios tienen en común las condiciones económicas y sociales de los barrios en que ocurrieron las balaceras. Tan alarmante como los sangrientos episodios fue el tiroteo protagonizado por pistoleros que se desplazaban a bordo de una motocicleta en que fueron abatidas tres personas dentro de una barbería en San Francisco de Macorís.
La operación de pandillas, cuyas disputas casi siempre están relacionadas con el control de puntos de distribución de drogas, y de grupos de matones por encargo es obvio que constituyen una amenaza para la paz y la seguridad de la ciudadanía. Las autoridades tienen que ver los sucesos, que se unen a otros que desde hace días alarman a la ciudadanía, en su justa dimensión.