POR: Jorge Herrera De León
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La denuncia del pago, a título de préstamo, del cuantioso monto de 585 millones de pesos (15 millones de dólares) hecho por el estatal Banco de Reservas al presidente de facto del Partido Revolucionario Dominicano, Ing. Miguel Vargas confirma los rumores de su alta traición a la “victoria de calle” del entonces candidato Hipólito Mejía en los comicios electorales del 2012.
En efecto, los pormenores de la transacción dejan al desnudo su apatía e indiferencia ante los desmanes cometidos antes y durante las elecciones, en contra de la coalición de partidos que encabezó el PRD y la mayoría del pueblo dominicano, aferrados a la esperanza de salir de los “comesolos” del Partido de la Liberación Dominicana. Acción que evidencia que a Miguel Vargas nunca le ha importado la unidad de la familia perredeísta ni le interesa la institucionalidad que tanto cacarea.
Hoy, ante su desacreditado accionar y su mala fama de traidor, arribista y alegadamente tramposo consumado, al profesional de la construcción no le queda otro camino que continuar su desbocada carrera hacia una pretensión poco menos que imposible: Perpetuarse en la presidencia de un Partido Revolucionario Dominicano, propiedad exclusiva de sus bases aún irredentas a pesar de su legendaria historia.
La coyuntura actual demanda con urgencia inaplazable una alternativa; pero es solo eso: un asunto coyuntural. Frente a lo inviable de una solución de consenso con el previo compromiso de deponer las actitudes sectarias, y, por demás, irracionales, lo mejor que tiene por delante el colectivo que preservaron dirigentes de la talla de José Francisco Peña Gómez, Hatuey De Camps, Milagros Ortiz Bosch, Vicente y Sofía Leonor Sánchez Baret, entre otros, no menos importantes, es la implementación del imprescindible “Plan B”.
No hay que aferrarse a sentimentalismos insensatos y dialécticamente contrarios a la praxis. El que no se puede tirar, se jondea. Es hora de asumir la exclamación desesperada de una de las voces más altas frente a los remanentes del trujillismo sin Trujillo: ¡Basta ya!…

