El muro entre Estados Unidos y México, concebido bajo el programa de lucha contra la inmigración ilegal conocido como “operación guardián, incluye tres barreras de contención, iluminación de alta intensidad, detectores de movimiento, sensores electrónicos, equipos con visión nocturna conectados a la policía estadounidense, así como vigilancia permanente con camionetas, yipetas y helicópteros artillados. Cubre varios kilómetros de la franja Tijuana-San Diego, además de otros tramos en los estados de Arizona, Sonora, Nuevo México, Baja California, Texas y Chihuahua. Además de la extensa pared de unos 600 kilómetros y otros 800 de barreras para impedir el paso de automóviles, el Tío Sam, que dispone de un cuerpo policial mejor entrenado y menos proclive al soborno, ha proporcionado a sus vecinos equipos y otras facilidades para que colaboren contra la emigración clandestina.
La inversión ha ayudado a frenar la entrada de ilegales a Estados Unidos a través de la frontera, pero no a detenerla. Los emigrantes, no solo mexicanos, sino centroamericanos y de muchos otros países, apelan a aventuras tan heroicas como suicidas para burlar los controles. Y miles lo han logrado, sea por sofisticados túneles, que representan verdaderas obras de ingeniería, como por el desierto de Arizona. Se calcula que más de 10 mil personas han muerto desde 2007, cuando se inició la obra, a la fecha, tratando de entrar a Estados Unidos en procura de una vida mejor. El éxodo no se detendrá aunque se selle la vía terrestre, el espacio aéreo y cualquier otra ruta. Nada como la emigración sintetiza con los caracteres más crudos el derecho a la subsistencia.
Esa experiencia debería bastar por sí sola para repensar el proyecto de construir un muro que abarque por lo menos los puntos más sensibles de los 376 kilómetros de extensión de la frontera domínico-haitiana. Amén de que este país no está en las condiciones económicas de Estados Unidos, a pesar de la bonanza que describen las estadísticas, la obra, si su propósito es detener la inmigración ilegal, sería un fracaso. Es obvio que Haití no hará nada para evitar que sus nacionales traten de burlar la barrera, y que el país no cuenta con un cuerpo militar que sea capaz de impedirlo ni mucho menos que se resista al soborno. Si la obra se levantará como un monumento a la grandeza o como símbolo del antihaitinismo en homenaje a la sentencia 168/13 sobre la nacionalidad, entonces son otros quinientos.
20Por aquí sería bautizado como el muro del patriotismo, aunque para el mundo lo sería del odio y la ridiculez. Otra versión, salvando las diferencias, de la pared de 45 kilómetros que dividía a la ciudad de Berlín, aunque otros 115 kilómetros de construcción separaban a las dos Alemania. Los alemanes del Este lo bautizaron como muro antifascista, pero el nombre que le dieron los medios y la opinión pública occidental fue de la vergüenza. ¿Acaso es la obra que necesita el Estado dominicano para reivindicar su condición de soberano?