La advertencia de la presidenta del Colegio Médico (CMD), doctora Amarilis Herrera, de que, al igual que las Administradoras de Riesgos de Salud (ARS), la medicina privada es un negocio, hace temer que el capitalismo salvaje, del que habló el Papa Juan Pablo II, ha hecho metástasis en el tuétano de la sociedad de hoy.
Ante una denuncia sobre ingresos abusivos que obtienen clínicas privadas y médicos por vía de cobros extras no contemplados en las coberturas de las aseguradoras de riesgos de salud, lo que se responde es con el balde de agua helada de que el ejercicio médico se circunscribe a un negocio.
No se aspira a que galenos especialistas obtengan justos ingresos por consultas, cirugías u otros servicios, ni que las clínicas alcancen justa rentabilidad, porque de lo que se quejan los asegurados es de un excesivo afán de lucro que los aleja de la posibilidad de poder afrontar eventualidades de salud.
El superintendente de Salud y Riesgos Laborales, doctor Fernando Caamaño, ha señalado que si bien es cierto que la medicina privada es un negocio, como sostiene la presidenta del CMD, la salud es esencialmente social y como tal el mercado de prestación de servicios médicos y hospitalarios está bajo regulación.
Lo deseable sería que autoridades, Colegio Médico, Asociación de Clínicas y Administradoras de Riesgos de Salud se aboquen a revisar todo lo relacionado con el régimen de seguridad social, a los fines de que por vía de estudios actuariales se armonicen los factores de costos y rentabilidad.
Aun así, consterna saber que el ciudadano ordinario ha sido ubicado en medio del fuego cruzado de intereses en torno al régimen de seguridad social en el que médicos, clínicas y aseguradoras pugnan por desvalijar a un paciente desprotegido y agredido.
Aunque la medicina sea un negocio, el Estado no puede permitir que los servicios médicos, aun sean privados, que se cobijen bajo el régimen de la seguridad social, estén a expensas de un ilegítimo y abusivo afán de lucro. Los intervinientes en la prestación de esos servicios están compelidos a ejercer un desempeño basado en principios éticos y humanísticos.
Los profesionales de la medicina deben y merecen obtener justa remuneración por sus servicios, lo mismo que los establecimientos hospitalarios y las empresas aseguradoras, pero en primer término debe estar la sagrada misión de auxiliar al enfermo de manera digna y diligente, aunque la medicina privada sea un negocio.

