Opinión convergencia

Uno somos todos

Uno somos todos

Efraim Castillo

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En las «Enéadas», un recuento de los escritos de Plotino coleccionados por su discípulo Porfirio en el 270 (d. C.), el filósofo helenístico nacido en Egipto y cofundador del neoplatonismo junto a su maestro Amonio Sakkas (175-242), arguye que son las peculiaridades, las singularidades surgidas en el nicho de los pueblos, las que se convierten en los referentes que conforman los rasgos básicos del tejido social, transformándose -y estructurándose luego- en un entorno artificial donde la espiritualidad y lo eterno conforman lo sensible; esa sustancia que conocemos como cultura.

Desde luego, la conversación sostenida con René del Risco se deslizó mucho más allá de Heidegger, de Plotino y del neoplatonismo, extendiéndose hacia el sistema que hace posible la producción, distribución y venta de los bienes y servicios que pueblan el mercado y sus cambiantes estructuras; las cuales mantienen su vigencia a través de la oferta, principio fundamental de la ocupación que ejercíamos: la publicidad y de cómo ésta, debido a su condición de correlato esencial de la publicística -la matriz del periodismo, la propaganda y las relaciones públicas-, debe servir como un canal de información existencial en el mercado, mediante la creación de una comunicación comprensible, instructiva y portadora de cultura; capaz de despertar en los consumidores no sólo el interés por el producto anunciado, sino nuevos conocimientos para mejorar sus existencias.

Recuerdo que aquella noche de primavera, René me preguntó: «Efraim, ¿te imaginas lo que sería, en este trecho histórico de nuestro pueblo, una publicidad orquestada por extranjeros?» Le respondí a René que sí, que me la imaginaba como un huevo sin sal o, peor aún, como un desaguisado agresor de nuestra realidad.

Y a seguidas nos remontamos a la “primera mutación sonora esgrimida por los hermanos Jacob y Wilhelm Grimm (Ley de Grim,1822); una teoría que colocó los primeros ladrillos en la comprensión de los comportamientos y especificidades de los pueblos y naciones como los componentes esenciales de sus culturas, algo que podemos palpar en pleno Mar Caribe, donde existen tres naciones que, como Cuba, Puerto Rico y República Dominicana, herederas de la colonización española y con mezclas raciales sumamente parecidas, han derivado giros distintivos en el castellano que hablan, así como en otros significativos modos de vida (en el arte, en los sistemas de valores y en esas ritualizaciones humanas que se conectan con las creencias).

Y es que como consecuencia de esas especificidades, de esa estructura de valores contentivos de sabor y aroma propios, hasta nuestra música -pariente cercana de la contradanza, el flamenco y el tambor africano- se ha alterado en cuanto a ritmo y melodía en estos tres países.

De ahí, que un jingle con ritmo de jazz difícilmente podrá anunciar exitosamente un producto como el casabe de Monción o el chicharrón de Villa Mella; de la misma manera que la utilización de un merengue utilizado como fondo musical no podrá utilizarse apropiadamente en un comercial para los Corn Flakes de Kellog, en EEUU.