Reportajes

Vicente Evangelista, el guerrillero

<P>Vicente Evangelista, el guerrillero</P>

A mediados del año 1920  las fuerzas norteamericanas de ocupación en Santo Domingo concentraron sus acciones en capturar y asesinar al insurrecto  Vicente Evangelista, luego de ¨pacificar¨  los pueblos del Cibao, Montecristi y Puerto Plata.

El guerrillero, que  estaba sublevado en las montañas de la provincia de El Seibo, era un tenaz opositor a la presencia de los marines en suelos dominicanos.

El capitán Merkel, oficial de los ejércitos  yanquis, salió  una madrugada con destino a la zona Este, a la cabeza de 50 soldados, con el deliberado propósito de capturar, vivo o muerto, a Evangelista. 

La cuadrilla atravesó  campos peligrosos cuando iban de uno en fila, con los fusiles en balance. Podrían llover  balas mortales a una vuelta del camino. Varios metros separaban a un soldado gringo del otro.

Vestían uniforme de kaki e iban tocados con sombreros de fieltro, de esos que han hecho populares a los boys scouts. A la espalda llevaban un verdadero cargamento:  frisa para cubrirse,  botellita metálica  para agua, zapatos gruesos  y forrados y las piernas defendidas por polaina de cuero.

Todas las incursiones de los oficiales  norteamericanos en los campos de El Seibo  buscando a Evangelista resultaron infructuosas.  Cuando creían que por fin habían dado con el enemigo y que lo iban a exterminar en pocas horas de combate,  los militares se encontraban con que la zona estaba sola; ni huellas de que por allí hubiera pasado gente.

Los vecinos jamás veían nada, jamás oian nada, jamás sabían nada. Las amenazas eran vanas; ellos presentían en que los campesinos  todo lo ignoraban.  Con frecuencia los solados cometían  atropellos y asesinatos atroces.

En el lugar denominado La Ceja, sección Magarín,  fue acribillado a balazos, en presencia de sus  hijos, la esposa de Pedro Cedeño, por el mismo comandante Merkel, porque  la infausta dama sostenía ¨no haber visto pasar a las fuerzas de Vicente Evangelista¨.

Cansados los americanos de perseguir infructuosamente a Vicente, fracasados todos los planes y programas que pusieron en juego para destruir al guerrillero, le ofrecieron en varias oportunidades nombrarlo Gobernador de El Seibo, bajo pretexto de que pacificara la región. Evangelista no hizo caso en mucho tiempo a las proposiciones de los invasores.

Su  justa desconfianza las rechazo una y otra vez. Pero los fusiles de los insurrectos se deterioraban, las capsulas  se gastaba, los alimentos escaseaban  y el cargo de gobernador representaba un paraíso terrenal para Vicente Evangelista.

Los gringos insistían, y  en definitiva lo único que Vicente reclamaba era que lo convencieran. Pidió  la presencia de uno de los jefes blancos para ver si se entendían. Un oficial yanquis desarmado penetró hasta el campamento del guerrillero dominicano.

Con una escolta de 50 de sus hombres, entre los que estaba Casildo Santana, bajó al pueblo Vicente Evangelista. Allí bebió largamente con los jefes y oficiales norteamericanos.  Le entregaron un papel con muchos sellos y muchas firmas, en el que se le nombraba en la flamante posición de Gobernador de la provincia de El Seibo. 

Además  le entregaron varios centenares de pesos para sus primeras necesidades. Se le mostro también el elemento de guerra de que dispondría para que mantuviera la paz y el orden en toda la región. Casildo Santana confeso siempre que Evangelista no estaba a todo gusto y que lo único que a él le interesaba era encontrarse en El Seibo, sin oficiales yanquis por ninguna parte.

En la noche del día que el nuevo gobernador asumió el cargo entraron al cuartel a dormir y la escolta de Vicente  fue dividida y colocada en diversos lugares por un oficial norteamericano. En la madrugada  entraron también  centenares de soldados extranjeros  quienes despertaron violentamente a  Evangelista, al tiempo que desarmaban a la escolta que le custodiaba.

A Vicente lo arrimaron al paredón del amplio patio del destacamento y su voz  de protesta quedo ahogada por varias órdenes dadas en ingles y por un ruido de fusiles que termino en una descarga.

Casildo Santana lo comprendió todo y nada le extrañó cuando los soldados fueron por él y lo condujeron al mismo paredon, frente al que acababan de fusilar a Vicente, cuyo cadáver yacía en un charco de sangre, liquido sanguíneo que manaba de la cabeza, del abdomen y de las piernas. Cumpliendo las órdenes de un oficial gringo, los soldados apuntaron sus fusiles hacia Casildo, que permaneció tranquilo esperando la muerte.

Pero las balas no salían. El que salió  de la oscuridad de la madrugada fue un intérprete,  quien le propuso salvarle la vida si entregaba a los demás compañeros que había dejado Vicente en las montañas y las armas que estuvieran escondidas. Santana respondió pacientemente que él era un subordinado de Evangelista y que nada sabía de sus secretos; que las armas  incautadas a las escolta  eran todas las que tenían.

Se continuo la simulación del fusilamiento de Calsildo; pero al fin, viendo que permanecía callado, lo condujeron a la celda de donde lo habían sacado. Sonaron antes del amanecer ocho o diez descargas, pero no se pudo saber quiénes fueron los dominicanos fusilados.

A los pocos días fue llevado a la oficina del  jefe de los soldados donde le leyeron, primero en inglés y luego en español, la sentencia dictada por el tribunal  militar, que lo condenaba a 99 años de prisión. El  capitán Merkel  dijo a Casildo: “Vicente tiene la culpa de su trágico fin, por haber pactado con el enemigo, tratando de borrar varios años de protesta armada con una transacción con sus persecutores”.

El Nacional

La Voz de Todos