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Vocabulario del tigueraje

Vocabulario del  tigueraje

Me llama poderosamente el lenguaje que usa el dominicano a diario. Llevo los oídos siempre bien puestos para enriquecerme o abismarme, con sus giros y expresiones. Y lo anterior a colación para compartir, como el buen pan, varias anécdotas: estaba yo camino a Santiago, cuando por una parada obligada, me dirigí al baño y allí ubiqué a un destacado político dominicano frente a retretes y mientras daba, al parecer, una micción de ensueño o suculenta meada, lo escuché pronunciar una de las frases, que a mi juicio, sintetiza de forma más emblemática de lo que es el tigueraje dominicano: “éste que tengo entre manos se puede morir ya, pues la verdad es que se ha dado gusto”.

Usted se puede imaginar (al igual que Onán) a quien tenía entre manos. Pero lo que quizás no puede imaginarse es la forma en que pronunció esas palabras y la cara de regusto que ponía mientras esa oración surgía. Dicha frase fue escuchada por el amigo, compañero efímero de retrete, quien dio una risotada. Pude entonces estirarme mentalmente y pensar en las malas artes utilizadas para llevar a las féminas a las camas y el uso del poder para sexualmente someterlas.

El tigueraje dominicano se expresa muy bien a través del lenguaje. De ahí que el piropo sea uno de sus mayores recursos, y que lo tiene en ristre para desenvainar cuando la ocasión es propicia o cuando la hembra se queda callada. Ahí se torna violento, procaz, y suelta una palabra que deja despabilado a cualquiera.
En otra ocasión tuve la suerte de escuchar de la boca de un viejo amigo cómo el tigueraje no respetaba sublime parentesco. Cuando quiso decirme que su madre estaba ya muy vieja o pensando que yo me sorprendiera que aún estuviese viva, me soltó: “ésta es mi madre, sí, todavía está en el aire”.

Pero no sólo en el hombre común dominicano hay tigueraje. En el político encontraría uno joyas si se dispusiera a buscar diademas en ese fango. Y es que hay tigueraje del tipo de a pie. Pero también hay tigueraje del encumbrado. Mire ésta que para mí fue antológica, cuando Hipólito Mejía dijo que tenía al doctor Leonel Fernández agarrado por el pichirrí. La frase es propia de un tíguere. Y la respuesta del doctor Fernández no denotó menos tigueraje: “No sé lo qué es eso del pichirrí”, dijo el hijo predilecto de Villa Juana.
La ironía es la vecina perversa de la agudeza. Jorge Luis Borges lo sabía, y el asunto es que la perversidad en esa pluma muy bien estaba maquillaba. Así que, lo que el lenguaje verbal del tíguere roza no es la agudeza ni la ironía, es la desfachatez rampante.

El vocabulario del tigueraje obedece a una lógica: se tiene el derecho de pisotear al otro, se tiene la libertad de avasallar a quien se tiene en frente, y es desde el descaro y la desfachatez que surge el lenguaje que le da sentido a lo que en forma de violencia, dice, expresa.

Observando a una muchachita joven a quien unos botoncitos en el pecho amenazaban ya con romper lo plano y cuyos ojos aún miraban muñecas, el hombre atina a decirle al otro, mientras la desnuda de pies a cabeza: “ya dentro de poco uno va a poder tirársela”.

El vocabulario del tíguere es violento. Cercano al de los piratas. Con él, apunta, dispara, y en él alardea. De la abundancia del corazón habla la boca, y del descaro, en su amplitud, el tíguere dominicano.
El autor es escritor y periodista.

El Nacional

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