Hamlet, la pieza más extensa y de mayor signo trágico de toda la producción del dramaturgo inglés William Shakespeare, en su montaje del director boliviano Diego Aramburu, trasciende las dos intensas horas de duración, para transformase en una experiencia escénica épica y caribeña, una que descubre formas novedosas y estéticamente contestatarias a la hora de los retos y las incertidumbres que plantea la representación de un clásico.
Es una pieza escrita que gira en torno a miedo, locura y tragedia, con un extraordinario nivel de demanda al momento de llevarla a escena. Hamlet se hizo aquí, popular y accesible.
La tragedia de Hamlet, Príncipe de Dinamarca, Aramburufue un fenómeno teatral que sacó provecho del talento interpretativo local, sobre todo el de las mujeres colocadas en el desafío (ya ejecutado por otros contadísimos directores) de hacer roles masculinos, incluyendo el protagonista.Aramburu aporta un quehacer escénico novedoso y fresco e imaginativo, que otorga roles masculinos a cargo de mujeres.
El precio de la entrada, amigable, da una pauta de las razones por las que no va toda la gente que quisiera a escenarios. Los 500 y 1.000 pesos con una retranca al momento de popularizar la escena criolla.
La pieza tuvo en República Dominicana una adecuación cultural al ambiente mítico y de religiosidad popular del Caribe, a cargo de un elenco que superó las dificultades propias de un montaje exigente, con escaso tiempo de preparación.
Las luchas del poder, los cruces de los egos y la tragedia que deviene del asesinato del padre de Hamlet, junto a los hechos de venganza que esta genera, fueron representadas con un acento sensitivo en su interpretación corporal y el manejo de las voces.
A pesar del tiempo transcurrido desde que fue escrita (aproximadamente entre 1599 y 1601, de acuerdo con las coincidencias más socorridas de los historiadores literarios, trata ejes temáticos que mantienen vigencia lacerante: corrupción, traición personal y de grupo, incesto, lucha de poder.
Pero Aramburu, el director al que Bolivia debe la instalación del teatro nacional boliviano en el mapa de la escena internacional, festivales incluidos, venció todas as dificultades de casting presentadas como invariablemente ocurre con toda gran empresa de arte, logró ese toque latino y caribeño a las proclamas de la intriga familiar y del poder que enmarcaba todo.
Actuaciones
Judith Rodríguez, (haciendo el alocado existencial y el emotivamente desbordado Hamlet), dibuja con firmeza las líneas gestuales y los parlamentos del genio inglés de la literatura. La tonalidad blanca y el corte del pelo le acentuaban dramáticamente el rostro. Su actuación llenaba los espacios y queda en la memoria como un regalo de una escena que se respeta. Entrega una de las mejores actuaciones de su vida.
Cindy Galán (Ofelia) hizo lo que debió lograr cuando una artista se encuentra con un desafío interpretativo llamado casi a superar sus facultades. Su ductilidad en parlamentos y canticos populares o de espiritualidad rural. Tiene la Galán las garras para sentir que con su aporte, hay consistencia en el talento que llega a escena producto de la generación de ascenso.
Vicente Santos (Polonio) supo aprovechar los perfiles de humor que le otorga el texto, al que suma una gracia gestual y una gerencia de voz que le hacen digerible y agradable para la platea.
Pachy Méndez (Gertrudis) haciendo de Reina de Dinamarca, viuda, y madre de Hamlet, se sabe manejar dramáticamente utilizando rostro y cuerpo, condiciones del personaje y una intuición fluida que refuerza lo dramático de su rol. La santiaguera ya nos había admirado con su papel de sexo-servidora en Bolo Francisco (Compañía Nacional de Teatro).
Hensy Pichardo (Claudio) se entrega para dejar convencido a público de su poder, ratificado por la impecabilidad de su vestuario de gala de oficial de marina. Clara Morel (Horacio, Cómico y Sepulturero) merece mención diferenciada. Su rostro y cuerpo transmiten fuerza teatral innata. La artista es un punto luminoso de la juventud que ha definido camino actoral. Versátil y sorprendente, la Morel dejó de ser promesa.
Vladimir Acevedo (Laertes), a quien vimos en la película Ritmo de Fe, se presenta dispuesto a romper el encasillamiento y evidenciar que se trata de un actor de carácter, con fortaleza en sus alientos dramáticos y su gestualidad bien expresada.
Recursos técnicos
La escenografía, un espejo de agua de dos profundidades, sobre los pasillos que lo coronan, todo en tono de cámara negra, (realización de Sócrates Segarra) ofrece un marco que llena de ritmo y enigma el accionar de los personajes.
Los efectos con luces y agua, muestran una visión certera del director, toda una figura internacional que debió recibir más respaldo de sus colegas en República Dominicana, en tanto aporta una experiencia que nos refresca y ennoblece.