De pití y garzones
En francés decir muchacho o niño como expresión de cariño ,eran para mi habitual en los bateyes del Este, en donde con cada zafra azucarera llegaban en grandes camiones llamados Catareyes, grupos de ciudadanos haitianos al corte de la caña.
Recuerdo que aunque en la escuela me habían enseñado que esa gente nos ocupó por 22 años y la independencia nuestra en vez de ser de España fue de Haití, no tengo ningún recuerdo de la infancia de xenofobia en la región Este respecto de estos vecinos de territorio.
Como petromacorisano que vacacionó en el Ingenio Consuelo recuerdo haberme ido detrás de las gagás para observar su colorido y su fuerza expresiva. No olvido cómo cocolos y haitianos mantenían sus espacios culturales.
El odio y el prejuicio racial se han cebado de ambos lados de la isla con niveles de agresividad que a veces llegan a la violencia.
Los trabajos que no hacemos, ellos lo asumen de forma casi heroica. La caña, la construcción, el café y el cacao, y todas las jornadas laborales intensas.
Las emigraciones mundiales se hacen casi siempre en busca de comida, seguridad y empleo.
En el año 2000 conocí a un joven haitiano que buscaba trabajo. Era bachiller. Lo colocamos en el edificio en donde vivo como portero y en pocos días ya vestía de corbata y coordinaba varias actividades para los condóminos.
En la UASD los estudiantes haitianos que han ido a tomar la carrera de medicina han sido de los más brillantes.
El sábado antepasado me encontré con dos viejos amigos y prestantes psiquiatras haitianos especializados en Bélgica en un hotel de la costa este y me expresaron que habían venido a juntarse con sus hijos que viven en Europa y que lo hacían de este lado de la isla por el clima de inseguridad que reina en su país. No llegan a 15 los psiquiatras allá, aquí somos 200 para la misma cantidad de habitantes.
El joven mesero que nos atendió en el hotel, también haitiano, hablaba, al igual que mis colegas, tres idiomas.
Ellos contaron que hay una ola de secuestros en el vecino país y que hace unos años, un médico que había sido diputado fue raptado y para su rescate pidieron 300 mil dólares.
Cuando he visto en la tele un reportaje que da cuenta de cómo perseguían en el Cibao a un joven haitiano como reacción a un crimen que se le atribuye a uno de sus compatriotas, me di cuenta que estamos próximos a la barbarie, a un gran incidente que hay que evitar y prevenir.
No comparto ningún tipo de discrimen. Defiendo las regulaciones migratorias, incluso las extradiciones con rostro humano.
Los dominicanos vamos a Estados Unidos y a España a realizar trabajos duros que los nacionales de esos países no hacen. No podemos perseguir y matar a vecinos que desde siempre han sido bueyes de carga de este lado de la isla. No a la quema de sus viviendas; no al secuestro de los camiones de Fenatrado; No al ahorcamiento sumario de infelices seres humanos.
Creo que hay mucha hipocresía frente al problema de esta gente.
Las repatriaciones con maltrato no resuelven la situación. Estamos incentivando una tragedia de proporciones desmedidas. Por geografía estamos forzados a tenerles de vecinos. Ayudarles y orientarles para que se desarrollen, es una misión del mundo entero, no solo de los dominicanos.