Articulistas Opinión

12 de enero

12 de enero

Chiqui Vicioso

Hay una rutina cotidiana que arropa.  Ordenar la cocina para que amanezca limpia y que la casa respire el dictamen japones: tu espacio es reflejo de tu espíritu, si está desordenado, así está tu pensamiento. Por eso ordenar, limpiar, es también poner en orden tu cabeza, una maravillosa terapia.

Hay una rutina cotidiana que arropa, donde los ruidos te van indicando que amanece. El trabajador anónimo del restaurante de abajo, que desafía su soledad cantando altísimo mientras raspa calderos; los campanazos de la catedral; la conversación de las mujeres que barren las aceras. El oído registra y alerta: ha empezado otro día.

Y, de pronto una fecha salta en el ordenador: hoy (el lunes de la pasada semana) es doce de enero, y asoma por entre las teclas el rostro de un bellísimo muchacho que vivía en los Pepines y era estudiante del Liceo Secundario Ulises Francisco Espaillat, que andaba siempre de prisa y a diferencia de otros, sin detenerse en el rostro de nadie, sin galanteos, ni coqueterías. Se trata de Virgilio Perdomo.

Hay una rutina cotidiana que arropa, y la vida en una ciudad del interior tenía sus calendarios y actividades, en mi caso el ser Akela de los Scouts, de la Tropa 53, la más joven; el básquet; y la Juventud Estudiantil Católica y sus prácticas de alfabetización en el Congo. El hoy Hermano de la Salle Pedro Acevedo era mi asistente en la Tropa y ahí lo reclutó la JEC y luego los Hermanos.   De ese tiempo data mi amistad con Zaidi Zouain, quien pertenecía a las Girl Scouts.

Eran los tiempos de la inocencia, esa que se va perdiendo y en algunos casos para siempre, en las barriadas de nuestro país, cuando no existía el Dembow ni el Regaetton, los casos de feminicidios eran contados, y la mayor preocupación de nuestras abuelas y tías era que llegáramos absolutamente vírgenes al matrimonio.

Y eran tiempos de los heroicos ideales de la Revolución cubana y de la lucha contra el Balaguerato, que nos eran ajenas. Por eso nadie notó la ausencia de Virgilio Perdomo de nuestro barrio y nadie se pregunto en el Liceo donde estaba ese bellísimo muchacho que parecía estar no estando, flotar por encima de todos nosotros y nosotras; que era huérfano de una víctima del Trujillato, lo cual le marco para siempre.

Ignorábamos que se había enrolado en el movimiento revolucionario; que había viajado a Cuba; que formaba parte de los llamados Palmeros, una organización ligada con el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, que era parte de la resistencia urbana a la dictadura de Balaguer.

Hasta que un doce de enero lo volvimos a ver, en un charco de sangre, junto con Amaury, Cerón y la Chuta…