Editorial

A prueba

A prueba

La Convención de Viena ha vuelto a ponerse a prueba con la amenaza del Reino Unido de invadir la sede diplomática de Ecuador en Londres para apresar y extraditar a Suecia al periodista Julian Assange. Para justificar la violación el Gobierno se ha amparado en una ley aprobada en 1987 para allanar la embajada de Libia en busca de un pistolero que había causado la muerte de un agente de la Policía.

Conforme al Derecho Internacional la violación de la inmunidad de una embajada es un atentado contra la soberanía de un Estado. Pero como el Reino Unido es una de las grandes potencias se ha observado un hiriente silencio sobre una amenaza que ha debido incluso ser censurada  por  organismos como las Naciones Unidas.

Los ingleses, antes que conceder salvoconducto a Assange para que pueda viajar a Ecuador, están dispuestos a capturarlo a como dé lugar. Como potencia colonialista, sin casos más concretos que la ocupación de Las Malvinas o el Peñón de Gibraltar, les importa un comino la Convención de Viena o la simple coexistencia pacífica que tanto suele invocarse a conveniencia de intereses coyunturales.

El presidente Rafael Correa declaró que decidió dar asilo diplomático al fundador de WikiLeaks, quien es reclamado por Suecia para ser juzgado por supuesto abuso sexual, porque las evidencias son que no tendría un juicio justo y podría ser víctima de un trato cruel y degradante.  El temor del propio Assange es que la extradición al país nórdico sea simplemente la antesala para ser juzgado en Estados Unidos por el escándalo causado por los documentos secretos del Departamento de Estado que divulgó a través de su portal digital.

Washington, que no ha ocultado su intención de ajustar cuentas con Assange,  optó por lavarse las manos. Sin condenar la militarización de la sede diplomática de Ecuador en Londres ni las amenazas de invadirla se ha limitado a negar que persiga al acosado fundador de WikiLeaks.

La saga en torno al periodista australiano tiene muchas aristas. Por un lado, la persecución contra la libertad de expresión y difusión del pensamiento, y, por el otro, la amenaza con pisotear una convención como la de Viena. Se trata de un asunto muy delicado, sobre el que de seguro la comunidad internacional hubiera intervenido si el protagonista no fuera el Reino Unido.

Que Correa no sea el más indicado para reivindicar la libertad de expresión no es lo que está en juego. Lo que está en juego es la violación que supone negar salvoconducto a una persona que ha sido acogida por un Estado en calidad de asilado, así como la militarización y las amenazas con invadir una sede diplomática. La censura de los países del Cono Sur no debe ser la única voz de protesta.

El Nacional

Es la voz de los que no tienen voz y representa los intereses de aquellos que aportan y trabajan por edificar una gran nación