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Abinader y mayoría

Abinader y mayoría

Rafael Leonidas Ciprián

Todos los dominicanos bien informados y, por tanto, en condiciones de enjuiciar la realidad política nacional, sabemos que el presidente Luis Abinader no ha sido ni es una tayota, como le calificaron sus adversarios.

El hoy líder del oficialista Partido Revolucionario Moderno (PRM) fue subestimado como el emperador romano Claudio en subtiempo. Sus enemigos en el imperio lo tildaron de idiota o retrasado mental. Pero se alzó con el poder y sorprendió a sus contemporáneos y a los estudiosos de la historia de la antigüedad.

Ciertamente, así ha pasado con Abinader. En sus primeros tiempos de campaña electoral lucía que le faltaba pegada, garras y músculos.

Pero en la actualidad se ha convertido en un verdadero animal político, al que no le sobra ni una onza de grasa y que puede correr y saltar con la agilidad y acierto de un felino sobre su segura presa. Así se alzó con un certero nuevo período gubernamental.

Y el Presidente, junto a sus aliados, coronó su arrollador triunfo con la mayoría absoluta en todos los niveles de votaciones.

 Esto es, que domina en las alcaldías del país, incluyendo los concejos (sí, con c) municipales; en el Senado y en la Cámara de Diputados.

Así las cosas, el presidente Abinader, el PRM y aliados tendrán derechos constitucionales y legales para ejercer, y porqué no, imponer de manera legítima la mayoría democrática.

 Sus contrarios políticos pegarán el grito al cielo. Pero tendrán que, hipócritamente, rasgarse las vestiduras, como los fariseos en el templo. Lo que más les dolerá es que no son ellos los que tienen ahora la sartén por el mango

Pero al oficialismo le conviene reconocerles a las minorías, con representación en cada instancia, el derecho a la participación en las discusiones y en las tomas de decisiones.

Pensamos que se les escuchará y se timará en cuenta sus planteamientos y aspiraciones, pero la decisión final será de los agradecidos por la mayoría del voto popular. De esa manera se mata el gallo en la funda al manido discurso de la alegada “tiranía de la mayoría”.

Eso lo saben los reales animales políticos, como el presidente Abinader y sus colaboradores más cercanos, no los animales políticos formales, que son otra cosa, de que nos habló Aristóteles.

La política es una ciencia, y su padre moderno, que lo es Nicolás Maquiavelo, especialmente con su tratado sobre la materia, El Príncipe, nos enseñó que obra para su perdición el que actúa como oveja cuando está rodeado de lobos ambrientos.

Pero la política también es un arte, y como tal debe prácticarse. Hay que guardar bien las formas, saber bailarlo todo y jugar con destreza y sabiduría al mejor actor, tanto en nuestra Casa de Teatro, con el permiso de don Ginebra, como en el comercial cine de Hollywood.