Que, al principio, la ventura pretendida y perdurable del habituado desposorio, “el clima de paz perpetuado”, haya sido prohijada, rebosante, “crece”, en las migas de “arroz el día de las bodas”, pero baldías, “sobrante[s]”, engullidas por un pájaro agorero, “paloma negra”, que “picotea” desde las sombras, alude, en alegórico giro, al cuco de los daños y al deterioro, sucesorios, que habrían de abatirse, inexorables, tanto sobre el árbol y la piedra como el prójimo.
Aun así, el autor de la trova, “matrimonio feliz”, del poemario, fundamental, Morir es Verse, Eloy Alberto Tejera, empeñase, en su íntimo dominio, “Me dije”, en montar con su armadura regia, “consistencia”, el envés y dorso del amor, el drama y la victoria tiñendo, “pintarrajear”, una agraciada nupcias, dúctiles “mañanas”, disimulada, no obstante, por múltiples desgarros, “un raro barniz”, pero al que se apegan los deseos del bardo acariciando, en cada pulso, a una herida plañidera luego de que sus besos consagraran, “besarl[o]”, a ese quebrado enlace del casorio, parábola, en sí, de la materia caducante o de un trágico personaje eternamente deformado.
El lauto poema es un embozo, simbólico, que confiesa, a partir del matrimonio, “¿no rima con quiebre?”, la prístina fragilidad de las cosas que pensábamos perennes y arraigadas en una tal “felicidad” como señuelo, torva, “se pregona con cara de estafa”, y a la cual el poeta tantea en “un mar” resultante en espejismo, o en remendones a las promesas mutuas de esposales, “costurones a las creencias”, durante el vómito, pétreo, de la entrega. Y es que la “eternidad se desquita” conforme a nuestro cotidiano afán de gloria y al inquietante retroceso de la arcilla.
Matrimonio feliz adopta, precisamente, en el contexto de eventuales interpretaciones, un impacto paralelo al aumento temporal del desorden, entropía, como imagen metafórica o propiedad extensiva al desengaño: la fugacidad del tiempo, la fragilidad de la materia y la transitoriedad de la existencia. Masivos recorridos, disipados, sucesivos y escabrosos, delineados y prolijos, desde las condiciones iniciales, en ese sacro y oficiado espectáculo, anodino, personificado por una flamante pareja, de la vida rutinaria, sito en el mentado y extraordinario poemario de alta poesía, obediente a la autoridad, omnímoda, del último recurso, mendicante, de la piedad haciéndonos añicos, “ante mi puerta”, súmmum en las inevitables transgresiones, desesperanzas, decadencias y distanciamiento de todo.
El fenómeno de la entropía o el desengaño
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De ahí que, finalmente, el poeta Eloy Alberto Tejera pise, a la luz del matrimonio o connubium, “lo que se me entrega”, sobre un terreno sublimado como símbolo de la realidad fatal de los opuestos, “ni cura ni alivia”. Imperativo que deviene, “sospecho”, en el bullicio que acogemos, “hay una banda sonora”, ante el mito y fracaso de lo eterno que advertimos, Morir es verse, ¡aína!, en “el cine mudo o malogrados personajes.”
Matrimonio feliz
Un matrimonio feliz arenga:
el clima de paz perpetuado,
el arroz del día de las bodas
crece, y el sobrante lo picotea una paloma negra.
Me dije: la consistencia un raro barniz,
Con él quiero pintarrejar las mañanas luego de besarla.
Navego en un mar básico:
ante mi puerta
la felicidad se pregona con cara de estafa,
situación que pienso y pone costurones a creencias:
con el matrimonio (¿no rima con quiebre?),
y el día a día la eternidad se desquita.
Sospecho: lo que se me entrega ni cura ni alivia
hay banda sonora para lo que uno cree transcurre
cine mudo o malogrados personajes.
El autor es escritor.
Luis Ernesto Mejía
metaforma@gmail.com