POR: José Alejandro Ayuso
jayuso@equidad.org.do
Honrar en vida
Por la crianza familiar que influye en muchas de las actitudes del carácter me esfuerzo en honrar cuando están entre los vivos a las mujeres y los hombres que estimo honran la condición humana. A veces lo logra uno, muy discretamente, con seguir el ejemplo de quien abre a los demás las puertas de un mejor futuro, con admirar la trayectoria vital de quien sobrevive con dignidad sin renunciar a sus principios y valores y, en fin, con agradecer su amistad a esos seres que iluminan el camino hacia el ideal del bienestar compartido.
Como ya cuento medio centenar de años y acumulo vivencias en los planos personal y profesional con algunos de ellos, en esta entrega quiero dejar constancia de toda mi admiración, de mis mejores afectos y de mi más profundo pesar por el reciente fallecimiento (¡la muerte, esa horrible señora que siempre llega muy temprano a casa de los buenos!) de dos grandes hombres que marcaron con bonhomía, decencia e inteligencia espacios de mi vida y del colectivo social: Don Luis Heredia Bonetti y Don Guy Alexandre.
Creo, con pocos chances de equivocarme, que Don Luis nunca tuvo la ocasión de convencerme de que estudiara Derecho. Pero saberlo abogado y verme proyectado en el ejercicio de esa profesión con tanto talento y nobleza me inspiró a escoger esa carrera. Si bien la abogacía, hace ya 30 años como ahora, está llena de individuos deleznables tanto por su insolvencia técnica (que para ser abogado también hay que fajarse a estudiar mucho y siempre) como por su flojedad ética (tan delincuentes como los que defienden), otros nos hacen sentir orgullo de compartir con ellos la profesión. Y, de manera preponderante, es el caso del querido y recordado Don Luis Heredia Bonetti.
Fue un visionario de las nuevas tendencias jurídicas que hoy conforman el ejercicio del derecho empresarial, al anticipar que se aproximaba un ejercicio del Derecho en una economía abierta y globalmente interdependientee interconectada, como en efecto. También sabio mentor de muchos jóvenes que hoy figuran, sin lugar a dudas, entre los mejores abogados del país.
En cuanto a Don Guy, primero conocí al diplomático del país vecino que cumplía sus funciones con criterio científico y enfoque humanista. Considero que manejar con prudencia y eficacia las siempre complejas y con frecuencia tensas relaciones domínico-haitianas, con no poca gente hostil, a ambos lados de la frontera, a la idea de que estas sean armónicas y fructíferas, fue su mayor mérito como funcionario.
Cuando me desempeñé como viceministro de Relaciones Exteriores, me consta del arduo trabajo que siempre realizó el querido y recordado Embajador Alexandre para que seamos dos Estados hermanos. Que también tuve la ocasión, por su estrecha relación personal con mis padres, de compartir con el intelectual de sólida formación, gran sensibilidad y hombre “sin malicia en el trato”. En paz descansen las almas de estos dos grandes a quienes la muerte se llevó a destiempo, pero que la vida de tantos como yo agradecemos las huellas indelebles que nos legaron sus pasos.

