Con un gemido agonizante permanente a la vista de todos, clamando gritos silenciosos, cual ex gigante moribundo sin dolientes y pocos amigos, agoniza el Río Nigua de mi querido pueblo. ¡Y ay!, cuanta indiferencia y apatía con nombres y apellidos sonoros, cómplices del infortunio de uno de los ríos más caudalosos y útiles a la dignidad de San Cristóbal y el país.
Del río Nigua solo quedan los recuerdos y sus caudales y riberas destruidas, junto a sus cercanos árboles, sus gravas, arenas y gravillas saqueadas, inclusive por compañías y hombres ajenos a esta gloriosa comunidad, quienes hoy gozan de millones y fortunas, logrados con la sangre invisible y las aguas sacrosantas y vaporosas del Nigua.
Sectores del pueblo de San Cristóbal, en gran parte, tienen cierta responsabilidad moral y social de esta desgracia por no adoptar actitudes firmes y valientes a favor de este patrimonio histórico y resplandeciente.
¡Ay, Dios mío!, si el Nigua pudiese hablar, cuantas grandes verdades supiéramos los qu
todavía vivimos en este valle infecundo de mentiras, lagrimas, sufrimientos y dolores. Todavía cercano a diez años, la verja para proteger este río, no se ha terminado, por qué?
Mientras tanto, los san cristobalenses y cuantos transitan por el puente Padre Ayala, donde se contempla la agonía del Nigua, invoquemos, aún sea en silencio, un padre nuestro en su honor y memoria.
Durante la regia visita del general Máximo Gómez a Baní y San Cristóbal, en abril de 1900, al llegar uno de los distinguidos invitados, alguien exclamó: dónde estabais o perilustre cantor del Nigua: Juan Pablo Pina.