Editorial

Agua  helada

Agua  helada

El procurador general ha admitido que el Estado tiene perdida la batalla contra  el terrible flagelo del feminicidio, que  ha sido causa en lo que va de año del asesinato de más de 80 mujeres a manos de esposos, ex maridos o pretendientes, mala nueva que  cae en la sociedad como  balde de agua helada

Aunque afirma que  ha habido una ligera reducción  en los índices de feminicidios con relación a 2011, el magistrado Radhamés Rodríguez Peña acepta que  hasta cierto punto la violencia de género se ha vuelto incontrolable, señal inequívoca  de que el Ministerio Público no ha podido  frenar tan lacerante drama.

La procuradora adjunta, Rosanna Reyes, cree indispensable que las mujeres  denuncien  las agresiones para que las autoridades puedan actuar, pero la  espiral de violencia contra las mujeres ha llegado a tales extremos que la mayoría de las víctimas  no le alcanza el tiempo para siquiera intentar sobrevivir. 

Se conocen muchas trágicas historias de  mujeres que han interpuesto querellas o denuncias  ante la instancia  correspondiente del Ministerio Público o  en destacamentos barriales que sólo han servido para  que sus verdugos opten por asesinarlas, en algunos casos junto a sus hijos  u otros familiares.

Tiene razón el procurador general al reclamar la integración del Gobierno y la sociedad en la lucha contra la violencia de género, pero es  menester resaltar   que la dispersión e improvisación existentes obran en contra del propósito de  conjurar ese flagelo.

Es por eso que se reclama que los jueces envíen clara señal por medio de sentencias drásticas contra agresores de mujeres, de que la justicia  será implacable en el castigo  contra los culpables por la comisión de ese tipo de infracción criminal.

Los programas de prevención de  violencia intrafamiliar o de género deberían aplicarse de forma  global e ininterrumpida, sin menoscabo a la obligación de los fiscales  de perseguir, apresar y someter a la justicia a individuos que  incurran en agresión física o sicológica contra  mujeres, en tanto que los jueces están compelidos a imponer penas máximas que sirvan de referentes disuasivos.

La  admisión del procurador general de que la violencia de género e intrafamiliar se ha vuelto incontrolable, constituye una nota de pesar, que escandaliza a la sociedad y en particular a tantas esposas y madres,  cuyas vidas penden hoy de un hilo.

El Nacional

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