Cuando la población era encuestada respecto a los principales problemas que le agobian, la corrupción administrativa ocupaba un bajísimo lugar. Resultaba irritante constatar cómo no se establecía la vinculación de ese flagelo con las condiciones materiales de existencia de la gente y con el desarrollo nacional, sabiéndose, como se sabe, que cada peso sustraído por fraude, es una oportunidad perdida para hacer algo positivo. Por fortuna, en la más reciente medición, la corrupción figuró en segundo lugar, detrás del desempleo.
No me atrevería a afirmar que lo ocurrido se deba a un incremento del nivel de conciencia sobre un tópico tan sensitivo. Lo asocio más a las características del momento político que vive la nación cuando el tema ha sido colocado sobre el tapete y, de manera particular, con la situación interna del PLD.
La homogeneidad relativa de intereses que se manifestaba en ese Partido hasta hace poco tiempo, es cuestión del pasado. Esa estructura partidaria se nucleaba en torno a un proyecto político común, representado por un líder con elevados matices de mesianismo y que era reconocido sin mayor dificultad. En esa tesitura, la organización, para sorpresa de muchos, pasó del liderazgo de Bosch al de Leonel Fernández.
Hoy, eso está lejos de ser así. La nueva realidad se traduce en un archipiélago de intereses con dos polos antagónicos predominantes y diferenciados. En ese escenario, con uno de los dos segmentos afectado por una percepción de haber hecho uso indebido de fondos públicos, el tema de la corrupción se presenta como arma disponible para usarse en las batallas libradas en la guerra del poder.
Cuando la realidad era diferente, y alguna amenaza externa implicaba un riesgo para la preservación de la imagen del colectivo, todos se aglutinaban en la defensa férrea del proyecto compartido. Hoy, lejos de cerrar fila ante algún percance individual, se aprovecha para sacar partida en las rivalidades internas cada vez más ostensibles.
Respecto a la lucha contra la corrupción, lo descrito no constituye un ideal por el componente de politiquería que tal circunstancia adiciona. Sin embargo, en esta materia, a nada puede ser peor que en el pasado. Aun no siendo la oportunidad anhelada, es innegable que algún provecho sacará la nación de estos escarceos, y es previsible que al menos servirá para descubrir el soporte esencial de muchos falsos liderazgos que, despojados de sus máscaras, quedarán evidenciados como los reales farsantes que siempre han sido.