Los tres feminicidios ocurridos estos días transmiten un contundente mensaje a las autoridades sobre la dimensión de la nefasta plaga que desde hace tiempo enluta y conmueve a la población.
Las casas de acogida, los discursos, las marchas, exhortaciones y campañas mediáticas no han incidido en una reducción significativa de los crímenes y la violencia contra las mujeres.
Es posible entonces que la respuesta deba contemplar la aplicación de factores económicos, sociales y culturales, además de la protección a las víctimas.
Como en muchos otros feminicidios dos de los victimarios se suicidaron después de ultimar a su pareja o expareja. En los motivos que se citan las autoridades tienen elementos para estudiar el problema más a fondo.
Fernando Mercedes, de 55 años, ultimó a su esposa María Dolores Marte, de 53 en medio de una disputa por trámites de divorcio tras 22 años de casados. Tras ultimar a la mujer, Mercedes hirió de dos disparos a su hijastro Carlos Manuel Mesa.
En Ceiba de Madera, San Víctor, Moca, Persio Ovalles, de 56 años, mató a balazos a su mujer Lourdes García Mejía, de 41, e hirió a un joven que estaba en su residencia. Después se suicidó. En Higüey, Rosel Tavares Campusano, de 48 años, mató a Marisol Batista, de 29. Después se suicidó de un disparo.
Los sucesos son otro doloroso toque de atención para las autoridades y las entidades que trabajan con la familia sobre la dimensión de una plaga que debe enfrentarse con medidas eficaces para evitar que corra más sangre y haya más luto.