Se está condenado al olvido. Se es más olvido de lo que uno se puede imaginar. De olvidar depende muchas veces nuestro estado emocional, de volver a comenzar. Dormir en el olvido es un “lugar sin límite” de nuestro universo interior.
El olvidar depende de nosotros y solo a nosotros nos es favorable o desfavorable. Si olvidamos algo que no debió haberse olvidado, al recordarlo, nos sentimos culpables, desconcertados.
El olvido lo asociamos a la pérdida, gradualmente, de estar despierto. Se olvida por más de una razón. El olvido es nuestra naturaleza, ¿la sangre? Quizás. La gratitud y la ingratitud hacia lo que no está ante nuestros ojos, es la marcha indeleble, el día a día de nuestras vidas mental y material relacionado al olvido.
Si el olvido no existiera la vida sería más penosa, pero existe y es por algo. Hay quien quisiera dar todo lo que tiene por olvidar un hecho de su vida consciente para “volver a comenzar”. Pero ahí se acerca la paradoja.
El no olvidar determinados acontecimientos del devenir histórico y personal, es lo que nos hace mejores seres humanos, pues evita tropezar con la “misma piedra”.
Cuando se olvida algo que no se debió olvidar, estamos casi de volver a cometer el hecho de igual o mayor magnitud que el que se cometió.
No olvidar la afrenta proporciona el comienzo de la medida exacta para el crecimiento interior.
Cuando busco recordar quien no fui aterrizo en quien soy.
Parece que, cuando olvidamos lo que no debemos olvidar, falseamos a quienes fuimos y ese mismo tono nos encubre para no sentirnos culpables, momentáneamente. A veces es “beneficioso”, otras, no. Cuando olvidamos algo que no nos conviene nos recriminamos por haberlo olvidado.
Entonces podría llegarse a pensar que nuestra realidad interior, en esencia, es el olvido, que es la manera de salvarnos en lo que toca ser olvidado, pero podría no ser así. Olvidar es un dolor parcial. Si se olvida en vida, al recordarlo, somos arropados por una especie de mea culpa.
Si al recordar lo olvidado los ojos se inundan de lágrimas, por el sentimiento de culpa que aflora a nuestro ser que quiere ahogarnos, es porque a eso que recordamos les fallamos y esas lágrimas son como una especie de “perdón” de nuestra naturaleza más intrínseca.
El olvidar depende de nosotros y sólo a nosotros nos es favorable o desfavorable.
Somos hijos del olvido más que de nuestros progenitores. Permanentemente les rendimos culto al olvido porque es el salvador de nuestros actos cotidianos, sin importar su calificación. Cuando queremos olvidar a las “malas”, lo que queremos olvidar se nos resiste, se revuelca dentro de uno como animal herido; (sino será esa la batalla final de los hechos que vivimos día a día, para quedarse como un gesto en nuestra memoria).
Por más buena memoria que se alegue tener, sepultamos en nuestro más íntimo ser a lo que no queremos recordar, quizás porque nos proporciona dolor y en esencia somos contrarios al dolor, sin importar que seamos quienes lo proporcionamos.
Es la única manera de entender el comportamiento de un torturador y a su oficio de encaminar al “infierno” y a otros al “paraíso”. Olvidar es un oficio de muerto en vida, que se hace por una razón más allá de lo meramente humano.
Busca el olvido quien puede y quiere, sin menoscabo de quien es o fue, o quien pueda ser mañana o anteayer. Para muchos recordar es una tortura y olvidar su estado pleno. Jugamos a recordar, pero no al olvido. El olvido llega solo al igual que el recordar.
Olvidar es matar en vida. Una fotografía el rastro de sangre. De ahí la saña al destruirla, pues pretendemos que al despedazarla hasta con fuego estamos desapareciendo ese momento, esa vida.
Es como la primera reacción contra ese tiempo vivido bajo la forma de la ingratitud hacia ese instante de tiempo y espacio expresado contra cosas, persona, lugares, tiempos.
Somos pasado fragmentado al ocultarnos entre lo que quisimos ser, pero no fuimos. La ingratitud campea en nuestro existir para con ese “algo” que es, en resumen, lo que somos en la actualidad y sin ese presente pasado, acontecimientos o hechos nada seríamos. El olvido es un cementerio marino.
Si olvidamos algo que no debió haberse olvidado, al recordarlo, nos sentimos culpables.
Presente, Pasado y Olvido son nombre y apellido de la edad que tenemos a despecho de nuestra razón de existir, del existir a destajo. Olvidar es una necesidad de la felicidad que nos aguarda.
El autor es escritor.