No habrá otra historia que desnude de cuerpo entero el desorden institucional prevaleciente en República Dominicana como la del falso médico cirujano que se estableció en el área de emergencia del hospital José María Cabral y Báez, de Santiago, donde llegó a practicar complicadas cirugías y a estafar a numerosos pacientes sin que ninguna autoridad se percatara de tan absurda situación.
Conocido sólo como doctor Alcántara, llegó a instalar en esa área hospitalaria una especie de consultorio privado en el que cobró cientos de miles de pesos por realizar cirugías sin ningún control de los directivos de ese hospital público, lo que debería definirse como caso insólito digno de una novela de terror.
Se dice que el falso médico llegó a operar de la columna vertebral a Elvis Quiroz, a quien solicitó 45 mil pesos en pagos de honorarios y cobró 20 mil por adelantado. Auténticos cirujanos tuvieron que intervenir de nuevo al infeliz paciente para reparar los daños de una mala práctica médica, y aun así nadie en el hospital reparó sobre la presencia de un intruso en su sala de emergencias.
¿Cómo es posible que alguien se establezca por su cuenta en un hospital público y pueda realizar sin supervisión alguna cirugías y cobrar a pacientes, sin que las autoridades puedan detectarlo? Es después, cuando el falso médico realizó una cirugía que requirió 161 puntos, que alguien en ese centro promete revisar las cámaras de seguridad para intentar identificar al estafador.
Es esta una historia increíble, penosa e indignante que obliga al Ministerio de Salud Pública a realizar una profunda investigación en el hospital Cabral y Báez y determinar de paso si tal situación ocurre en otros centros asistenciales públicos o privados, porque si un falso médico puede operar en un centro estatal, cosas peores pueden ocurrir en cualquier parte.
No basta con que la dirección de ese hospital regional aconseje a los pacientes estafados a querellarse ante la Policía por los daños físicos y económicos causados por el farsante. Se requiere que las autoridades hospitalarias expliquen con meridiana claridad cómo ese individuo violó controles administrativos y médicos para establecerse en el área de emergencia.
Se ha dicho que el mentado doctor Alcántara, cuya identidad real no ha sido revelada, degustó una cena con varios de sus colegas con motivo de la Navidad y que hasta tenía estrechos vínculos con una doctora del hospital, lo que hace pensar que el carnicero no era desconocido en ese centro.
Sin reponerse del asombro y la indignación, la sociedad de Santiago reclama con toda vehemencia el esclarecimiento de la fantástica historia del falso médico que se instaló por su cuenta en el hospital Cabral y Báez. Lo menos que se puede pedir es sanción ejemplar para todo el personal directivo del que se compruebe complicidad, negligencia o inobservancia en este vergonzoso episodio.

