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Barbarie contra los taínos

Barbarie contra los taínos

UBI RIVAS
ubirivas30@gmail.com


En su segunda edición de Dominicaneando, de agosto de 2020, José Miguel Soto Jiménez reitera ampliando, aterrantes barbaries como método intimidador y doctrina de dominación ejercido por el conquistador ibérico en La Española contra indefensos taínos, los aborígenes más pacíficos identificados, decodificando costumbres y jerga comunicacional que define nuestros tortuosos atavismos, en cinco siglos de discurrir histórico.

Guardia académico, literato y poeta por el genoma materno de su abuelo Miguel Jiménez (Cuchico), Soto Jiménez descolló además como historiador, miembro de Número de la Academia de la Historia, por enjundias como El Corrido de los Taitas, donde bucea profundo los sombríos pasillos cognitivos del general Pedro Santana, perfilándose como el soberbio psicólogo que es, reiterado en Malfiní, pormenorizando con el escalpelo de un consumado cirujano, los entresijos tétricos cognitivos más abisales del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, que Euclides Gutiérrez Félix elevó a categoría de más acabada biografía de El Perínclito, en su monumental obra Trujillo, Monarca sin Corona.

Ahora, segunda versión de Dominicaneando, corregida y aumentado con el botox de incorporar amplitudes novísimas, Soto Jiménez pormenoriza con escalofriantes reseñas, los inhumanos métodos de pacificación como auxiliares del dominio insular, practicado primero por frey, no fray, Nicolás de Ovando, Comendador de las Ordenes de Alcántara y Calatrava, primer gobernador de La Española, magistralmente biografiado por Ursula Lambs, impartido a sus capitanes Diego Velázquez y Alonso de Ojeda, para primero aterrorizar con indescriptibles torturas y crueldades a los caciques taínos y sus naborías, amputar manos y narices, empalar, descuartizar amarrando extremidades a caballos, barbeque humano de la parrilla, practicado luego por Hernán Cortés a Cuautemoc en México, y luego su rápida extinción por maltrato y trabajos forzados.

Pormenoriza con nimios detalles, la odisea levantisca del Goliat cacique Cotubanamá, con su alzada descomunal de siete pies, semejanza dimensión de su homérico valor, resistiendo en los llanos higüeyanos por trece años, las furiosas e inclementes persecuciones del capitán Juan de Esquivel, con más valor por mucho que Enriquillo, atrincherado en las sierras de Bahoruco, con cero presencia de combate frente a los intentos de vencerlo, capitulando luego, falleciendo de tuberculosis en sanjuanero Corral de los Indios, que los taínos trazaron geográficamente la mitad de La Española, sin el conocimiento impresionante de mayas, aztecas e incas en estudios astronómicos, idealizado novelescamente por Manuel de Jesús Galván.

Soto Jiménez reseña con su culta prosa la sangrienta etapa colonial, recordando al suscrito los singulares análogos propósitos por todo lo alto de Germán Arciniegas en su singular Biografía del Caribe, y a nuestro Juan Bosch en De Cristóbal Colón a Fidel Casto, El Caribe Frontera Imperial, una suerte de clonación de la galanura repleta de antecedentes pletóricos en detalles del universal colombiano, además al insigne psiquiatra y novelista venezolano Francisco Herrera Luque como nos deleitó con su soberbia biografía novelada de su paisano dictador Juan Vicente Gómez, intitulada En la casa del pez que escupe, otro buceo psiquiátrico de los lóbregos abismos cognitivos de El Bagre.

Decodifica los mitos y orígenes de las vírgenes de La Altagracia y Las Mercedes, dos soberanos embustes para embaucar y borreguizar a incautos, como a párvulos.
Narra la odisea de Juan Pablo Duarte y al general Pedro Santana, su más inclemente y pertinaz persecutor, y las rebatiñas estériles entre Siño Pedro y Buenaventura Báez Méndez (Pan Sobao), el más vituperable y despreciable buhonero de la patria.
Recrea con el amplio soporte del dominio de Clío, La Reconquista de Juan Sánchez Ramírez en 1805, pautada en la Junta de Bondillo, con la protesta de Ciriaco Ramírez, el primero que postuló fundar República Dominicana, anticipándose 36 años a Juan Pablo Duarte, logrando liquidar la llamada Era de Francia en La Española, fundamentalmente motivado por el pivote del interés mercurial, porque en ese lapso Francia prohibió exportar carne a Haití, y Sánchez Ramírez era un opulento ganadero asentado en Cotuí.

Describe como identifiqué en la obra Palabras Indígenas de Emiliano Tejera, el idioma taíno, y decodifica lo idéntico en la tradicional jerga criolla, con sus refranes filosóficos, el sancocho, la industria del tabaco y su protagonista Eduardo León Jiménez, luego Jimenes, con fines comerciales, oriundo de Guazumal, pariente del eminente botánico y médico clínico doctor José de Jesús Jiménez Almonte, fundando en 1903 La Aurora, elaborando industrialmente por primera vez habanos, evolucionando con la visión de su hijo Eduardo León Asensio el emporio tabacalero más formidable del Caribe, América Latina entonces, rivalizando y superando La Tabacalera fundada en 1901 por el alemán Richard Sollner, que vendió luego al italiano Anselmo Copello, adquirida de forma fraudulenta en 1935 por el dictador y amo del país, general Rafael Leónidas Trujillo, designando a Copello embajador en Washington.

Soto Jiménez identifica el origen del tabaco en La Española, empero, en su diario el Almirante Cristóbal Colón, hablado a su hijo Luis, explica que los primeros españoles que avistaron el tabaco fueron Luis de Torres y Rodrigo de Jerez, a quienes el Almirante comisionó la misión de conocer e indagar el interior de la isla Juana, bautizada así en honor a Juana, hija de los reyes católicos Fernando e Isabel, luego Cuba, conforme consigno en mi Historia de Santiago de los Caballeros, tomo I, página 275.

Recrea en su particular fraseología preñada de costumbrismo, los orígenes, evolución e impacto telúrico del merengue, nuestra música autóctona, desde la güira y tambora, incorporando luego el saxofón, el famoso “perico ripiao”, y su mayor estandarte Ñico Lora.

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