La poesía dominicana de la actualidad tiene mucha salud, ha escapado de la gripe perniciosa en distintos períodos, y de forma muy milagrosa.
A diferencia de la prosa, que desde hace tiempo sufre de resfriados muy peligrosos y que no logra del todo sacudirse, este género luce a la vanguardia, siempre tiene representantes que la frescura y cierta novedad alcanzan.
De vez en cuando aparecen aedas que sacan la cara, que dan el tono adecuado para sintonizar de manera extraña y única con la realidad.
Sobre mi escritorio reposan dos contundentes ejemplos de dos estupendos poetas, escritores que han parido textos sobre los que vuelvo una y otra vez para encontrarme con hallazgos, para deleitarme con versos memorables, para observar y encantarme de cómo han sabido cada uno en sus respectivos textos fotografiar la realidad, su selva circundante, a partir de ser ellos mismos, tomando como punto de partida el arrastrar una sinceridad que es lo que ocasiona lo luminoso en ambos.
Empiezo con el texto El Amor y la Baratija, del poeta y narrador Amable Mejía. Pocos como Amable han sabido con tanto humor, despellejarse, asumirse con virtudes y defectos, mirar al espejo y contemplar las arrugas del alma, observar atrás y hacia adelante y atalayar las imperfecciones de las actuaciones del diario vivir.
“No todo el mundo se ríe tanto de sí mismo como yo ni intenta ponerse en ridículo a la menor ocasión. Es mi eterno malditismo, mi eterna querella en lo que respecta al amor”.
Me gusta lo poco amable que es Amable consigo mismo. Ahí radica su irreverencia y a la vez su gracia. De ese pozo de miradas turbias él logra arrancar la luz, su risa acre. Mejía es el tipo que lo imagino con la soga del ahorcado haciendo un cordón para amarrarse los zapatos y salir por el mundo a contar la historia de su novedoso calzado.
La poesía de Amable no parte del falso edulcor, no se solaza en endebles egos ni hace una montaña con términos filosóficos manidos. No. Es poesía. Verbigratia: “Mi hermano dijo: Lo que no ha llegado a mis manos no hace falta. Lo bello que no estremece no es bello. La flor solo es flor en el tallo, cortada, cualquier palabra que inventemos”. Es la poesía de Amable una poesía que suelta jabs y que noquea sin bailoteos innecesarios en el entarimado de la página.
Un segundo momento luminoso lo constituye el poeta José Angel M. Bratini. El texto De leyendas, es sin lugar a dudas uno de los mejores textos publicados en los últimos veinte años. Bratini construye sus leyendas, género literario que tiene en Gustavo Adolfo Bécquer y Washington Irving ilustres antecesores, de forma meticulosa, hermosa y con un cuidado sorprendente.
Hay en el Bratini de De leyendas, un dominio de la razón y de la conciencia poéticas que asombra. Ha sabido construir un texto donde danzan de forma continua y matemática, la sensibilidad, la inteligencia y la belleza.
En cada leyenda de su texto, su elucubración narrativa precisa le permite construir un personaje que uno puede ver y sentir cercano, que puede olfatearse y hasta adivinarse sus pasos. Solepa es un ejemplo palmario de ello.
Asombra por demás el nivel del lenguaje: entre lo popular y lo culto, nivelado eso sí en la maestría del dominio de lo que dice y lo que quiere sugerir por la amplificación escueta de la metáfora. “Solo se hacía notar por su andar sereno/ y su mirada calmada, como si él fuese/aquel que traería el agua cuando sufrieses sed eterna”.Hay en De Leyendas una conciencia del hilo narrativo que es admirable.
Bratini parte su narración y divide con invisible hilo y de manera muy certera lo que es ficción y lo que es realidad, dejando a quien lee hundido magistralmente en ese lodo de sueño.
La tradición de grandes escritores como Bécquer e Irving ha sido bien paladeada por Bratini, y pues el nivel alcanzado por éste en De Leyendas, no tiene que envidiarle a nadie. La belleza literaria, esa finura poética para que uno se construya el personaje en la mente, se impone en De Leyendas. “Un silencio hay en su piel, un frío/un secreto, una pena y al final/un deseo…la última bengala del corazón/y es tan fácil que se apague”.
En definitiva, el cantante frustrado, el bravucón barrial, el fanfarrón, la esposa del difunto, tienen eco maravilloso en estas leyendas.
Bratini, sin duda, como Mejía, tienen ya su sitial asegurado en el difícil mundo poético dominicano. La buena poesía, a diferencia de las telenovelas mexicanas y los políticos del patio, no miente. Si usted lo duda, vaya y dese un bañito por cualquiera de estos fabulosos textos, cuya trascendencia, sin aspavientos, ya sus ejecutores tienen en los bolsillos. Les garantizo que la ablución será de buen agrado.