El retiro del proyecto de modernización fiscal no debería servir al Gobierno ni al sector productivo como portón de pesimismo o de injustificadas excusas que cubren anticipados fracasos, aunque sí para albergar cautela, y reconducir planes y políticas públicas en procura de mejor redistribución de panes y peces.
La austeridad ha sido siempre buen remedio para aliviar o mitigar efectos de déficit fiscal, bajas de las recaudaciones o para reconducir partidas presupuestarias hacia áreas prioritarias o estratégicas, sin menoscabo del optimismo que genera siempre una adecuada planificación.
Los indicadores económicos mantienen el mismo ritmo de estabilidad y crecimiento de antes de la presentación de la fatídica propuesta de reforma fiscal, aunque todos saben que sin una inyección de fiscalidad no sería posible que la economía dominicana arribe al anhelado estadio del grado de inversión.
A juzgar por la promesa del sector industrial de invertir 87 mil millones de pesos durante el 2025, en el ámbito de la iniciativa privada se ha entendido como provechoso transitar por sendero de optimismo en vez acarrear su carga por empedrados caminos del pesimismo.
Es menester recordarle al Gobierno que su nueva gestión apenas comienza, por lo que no debería envejecer antes de que lo dictamine el calendario ni sucumbir frente a la desesperanza y porque no hay razones para creer que la economía sucumbirá en la víspera.
El presidente Luis Abinader ha sido portavoz de un discurso optimista al resaltar que la economía dominicana marcha sobre rieles con un estimado de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) en torno a su potencial de 5 % y records en los ingresos por turismo, exportaciones, remesas, inversión extranjera y zona franca.
Ante tan auspicioso escenario descrito por el mandatario, el Gobierno debería desalentar toda forma de improvisación o deslices que van a parar a un canasto repleto de vagas justificaciones que siembran desconfianza y laceran el ánimo público.
La sociedad dominicana ha estado sometida a un dilatado estrés que requiere ser conjurado antes de que concluya el año, lo que sería posible solo si el Gobierno se olvida de lo que pudo ser y retoma sus deberes y obligaciones en base a lo que es posible, sin agendas ocultas.