Opinión

Colombo

Colombo

POR: Chiqui Vicioso

luisavicioso21@gmail.com

 

Era el 1977 y tres viajes: a Haití, Cuba y Guinea Bissau, detonaron mi primer poemario: Viaje desde el Agua. Un libro donde la nostalgia desempacaba otros detalles, y volvía el mar como un rugido de epiléptico, en el amanecer de la conciencia, a desdoblar con palmeras las persianas.

Entonces, el amor era reuniones, trenes, oratoria, la clara oscuridad del instinto, el ¿esto es?, y la memoria una serpiente con manzanas silbando el nombre de una isla, trampolín de adolescentes esperanzas.

Flaca y pajonua, llegue con overoles y recuerdo de ese periodo la generosidad de dos hombres: Mateo Morrison, quien organizo un encuentro con los poetas de su generación, fauna muy particular, entre quienes se distinguían Jovine, por su sentido del humor, y Miguel Aníbal, a quien había conocido en una excursión al Santuario de Higuey cuando éramos estudiantes.

Y Colombo, quien me dio mi primer tour por la zona alta de la ciudad y sus bares, para que me familiarizara con una población meta de Profamilia: las trabajadoras sexuales. Demás esta decir que también quería mostrarme su dotes de bailarín de son, en lo cual le gane porque yo venía de Manhattan y allá reinaban el son y la salsa de manos, más bien pies, del estudiantado puertorriqueño, mis maestros. En esos bares descubrí que Herminia era toda una señora, quien defendía la honestidad de su local frente a una dominicanyork que preguntaba sobre las reglas de su establecimiento, y que las muchachas no podían conversar sobre sus problemas cuando los clientes las procuraban, y si en los salones de belleza. Asi origino una de las campañas más efectivas contra las enfermedades de transmisión sexual.

Desde entonces Colombo, hoy felizmente emparejado con mi mejor amiga puertoplateña: la exquisita poeta y novelista Johanna Goede, se convirtió en mi amigo, y no ha dejado de sorprenderme con sus puestas en circulación de libros, en cuevas, o bibliotecas, donde siempre ha predominado la música, en la primera una orquesta de Son y en la segunda, un maravilloso trio de guitarristas.

Confieso que no me esperaba que la “vaca sagrada” a quien estaba dedicada la puesta en circulación fuese realmente una vaca, de la Feria Ganadera, ofendida porque le habían montado un restaurante de carnes en pleno centro, y que Colombo exigiera en su nombre que el restaurante, pasara a ser vegetariano; ni que estuviese dedicada, a Olympia, quien ocupaba el lugar central del escenario, como la más permanente y fiel acompañante de Colombo desde sus años como estudiante de periodismo en México y luego en su temprano ejercicio, de casi una década, como periodista en ese pais.
Risas, música, humor, caracterizaron una fiesta donde no hubo lágrimas negras.

El Nacional

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